Las últimas elecciones alemanas confirman los síntomas manifiestamente incurables que minan a la socialdemocracia en toda Europa. Prácticamente en todos los países, sea cual sea su sistema electoral o su participación en el gobierno, los partidos socialdemocracia han perdido en estos últimos años a una parte importante de su electorado. Este retroceso viene de antiguo, pero se acentuó tras la crisis financiera de 2008. El declive es catastrófico en algunos países, como Francia, los Países Bajos y Grecia donde apenas han logrado que se les sume el 6 % del electorado. En Reino Unido el Partido Laborista es la excepción que confirma la regla, en correlación con su historia radical…
El declive de la socialdemocracia corre parejo con el ascenso de los partidos antisistema, tanto radicales de izquierda como de derecha. Por lo tanto, es posible preguntarse por qué en el contexto actual de recesión económica y de política de austeridad brutal estos partidos obtienen tan buenos resultados y la socialdemocracia no.
¿Por qué sus mensajes ya no tienen éxito, por qué ya no logran seducir al electorado? Miremos atrás para responder a estas preguntas.
La época dorada
La época dorada de la socialdemocracia se sitúa en el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial. El fascismo estaba vencido, la (extrema)derecha muy desacreditada y el movimiento obrero más fuerte que nunca. Las élites estaban dispuestas a hacer muchas concesiones por miedo al comunismo.
Según palabras de Philippe Mouraux, ministro de Estado y político del Partido Socialista (PS):
“¿Por qué obtuvimos unos progresos sociales tan grandes en el periodo de postguerra? Porque los comunistas aterrorizaban a la burguesía” (1). Y se podían hacer muchas concesiones porque la económica mejoraba a toda velocidad.
En esas condiciones es en las que se elaboró el Estado de bienestar. En su condición de cogestores de este progreso social los socialdemócratas pudieron contar con la benevolencia de un amplio sector de la población . E término cogestor es adecuado porque los socialdemócratas no preconizaban modificaciones radicales del sistema capitalista, sino que se contentaban con redistribuir “el botín”.
Sin embargo, la redistribución social de la postguerra y la construcción del Estado de bienestar no eran del gusto de las élites, que veían como su parte de riqueza disminuía rápidamente, lo que estaba lejos de convenirles (véase gráfico más abajo) (2).
La oligarquía hizo lo imposible para revertir la tendencia. Consagró decenas de millones de dólares a think tanks encargados de elaborar una ideología convincente como alternativa al Estado de bienestar.