A los cien años de la revolución espartaquista : Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg

La víspera de su asesinato, había aparecido en Die Rote Fahne el último artículo de Rosa Luxemburg. Tenía un título premonitorio: “El orden reina en Berlín”, ese orden que la burguesía ha impuesto tantas veces con las bayonetas.

 

Luxemburg vivió los meses anteriores en un frenesí en medio del caos, consciente de que la historia se desbocaba: en apenas dos meses, asistió al hundimiento del imperio alemán, a la abdicación del káiser, la proclamación de la república, el fin de la I Guerra Mundial, el estallido de la revolución, la fundación del Partido Comunista Alemán, y el inicio de la feroz reacción del capitalismo que culminó con su asesinato, el de Liebknecht y el de miles de obreros en las calles de Berlín y de toda Alemania. Como en los días de la Comuna, la burguesía y sus soldados no se detuvieron ante nada.

   En 1914, el Parlamento alemán había avalado los créditos de guerra. Todos los diputados socialdemócratas votaron a favor. Sólo Karl Liebknecht alzó su voz contra el desastre. El sostén en el Reichstag del SPD a los “bonos patrióticos” golpeó con dureza el rostro de los revolucionarios; Lenin se resistió a creerlo: pensó que el ejemplar del órgano central socialdemócrata, Vorwärts, con la noticia del apoyo del SPD, era una falsificación hecha por la policía para crear confusión. La gran guerra consumaría el descrédito y la ignominia de la II Internacional.

   Cuatro años después, en octubre de 1918, los principales dirigentes espartaquistas (Luxemburg, Liebknecht, Jogiches) estaban encarcelados. Alemania, como los otros países contendientes, pasaba penurias y hambre: en Berlín, 1917 fue el invierno de los nabos, el único alimento para la mayoría. En enero de 1918, centenares de miles de obreros berlineses se declaran en huelga, que el gobierno del Káiser responde con consejos de guerra, como el que condena a Wilhelm Dittmann. Rosa Luxemburg  pasó casi toda la gran guerra en la cárcel; primero, en la Barnimstrasse, y después, desde julio de 1916, en Wroske y en Breslau. El 9 de noviembre de 1918 estalla la revolución, que libera a Rosa Luxemburg: viaja a toda prisa a Berlín, donde se une al grupo Espartaco, que había fundado junto con Liebknecht. Mientras tanto, Liebknecht había denunciado la guerra e impulsado la campaña contra el imperialismo alemán; es expulsado del SPD, detenido el 1 de mayo de 1916, condenado a cuatro años de trabajos forzados, y encarcelado en Luckau.

   Gracias a una amnistía, el 23 de octubre de 1918 Liebknecht es puesto en libertad, y recibido en Berlín por miles de obreros. Ese mismo día, llama en la Postdamer Platz a seguir el ejemplo bolchevique: es la chispa que  enciende la revolución. El sufrimiento durante la guerra, las penalidades, y el influjo de la revolución bolchevique, explican los hechos de noviembre de 1918: es el momento de los marineros de Kiel, que se rebelan e izan la bandera roja en los barcos. El 9 de noviembre, Berlín está en manos de los obreros revolucionarios, abdica Guillermo II, y Liebknecht proclama la república socialista desde los balcones del palacio imperial.

En ese momento, el gobierno de la socialdemocracia (Ebert, Scheidemann, Noske) se pone al frente de la revolución… para aplastarla, aunque los obreros conquistan la jornada laboral de ocho horas, se exige la socialización de la industria y se destituyen ayuntamientos en muchas ciudades. En diciembre, Ebert, el nuevo canciller (que ha acordado con Wilhelm Groener, del Estado Mayor, destruir la revolución), tiene dificultades para hacerlo: los soldados quieren volver a casa y el Congreso de Consejos de obreros y soldados puede celebrarse, aunque el mando militar y Noske ya están preparando a los freikorps, veteranos del ejército del Káiser donde se encuentran ya las características de las futuras SA y SS nazis: en los cascos de muchos soldados desmovilizados empiezan a aparecer svásticas. Los primeros combates en Berlín se cobran numerosos muertos, hasta el punto de que, el 25 de diciembre, Liebknecht habla en el Tiergarten ante treinta mil obreros denunciando “La navidad de sangre de Ebert”. El gobierno de Ebert reparte octavillas con la leyenda “¡Matad a Liebknecht!”

   A final de 1918, Rosa Luxemburg y Liebknecht, entre otros, celebran el congreso de fundación del Partido Comunista alemán, KPD: Liebknecht llama a la revolución socialista; y el día 5 de enero de 1919, centenares de miles de obreros se manifiestan en Berlín, al tiempo que se convoca huelga general para el día 6. Ese mes, una oleada de huelgas recorre Alemania, y el SPD, Ebert y Noske, arman a cuatrocientos mil hombres en los freikorps que inician la sanguinaria matanza en toda Alemania que causará miles y miles de muertos y ahogará en sangre a la revolución. El 9 de enero, los soldados disparan a matar, y tres días después los freikorps de Noske entran en Berlín, fusilando a los obreros que apresan. Centenares de cadáveres llenan las calles; la revolución es aplastada sin piedad.

   El 15 de enero, Luxemburg y Liebknecht son detenidos y asesinados por policías de Noske. La ignominia de los dirigentes socialdemócratas llega al extremo de que el diario del SPD, Vorwärts, justifica los asesinatos. Pero lo peor estaban por llegar. En los meses siguientes, llega una orgía de sangre: miles y miles de obreros son fusilados en las ciudades alemanas por los freikorps y el ejército. Engels, unos años antes, había avisado: socialismo o barbarie. Poco después de la degollina que aplasta a la revolución espartaquista, aparecería en escena un feroz anticomunista y siniestro confidente del ejército llamado Adolf Hitler.

 

Fuente : Investig’Action

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