¿Antisemita, la campaña BDS? La acusación no es nueva ni exclusiva de Estados Unidos. Pero fue reeditada por un candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York. Ramzy Baroud examina esta última polémica para recordarnos que, por desgracia, no es única en su género, y sobre todo para destacar cómo los que quieren asociar el boicot a Israel con los nazis tiran el libro de Historia a la basura.
Las afirmaciones del candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, Andrew Yang, en un reciente artículo de opinión publicado en el semanario judío The Forward, ponen de manifiesto la ignorancia imperante que sigue dominando el discurso estadounidense sobre Palestina e Israel.
Yang, antiguo candidato presidencial demócrata, compite por el voto judío en la ciudad de Nueva York. Según el supuesto reduccionista de que todos los judíos deben apoyar naturalmente a Israel y al sionismo, Yang construyó un argumento que se basa totalmente en un mantra gastado y falso que equipara las críticas a Israel con el antisemitismo.
La lógica pro-Israel de Yang no sólo es infundada, sino también confusa. “Una alcaldía de Yang se opondrá al movimiento BDS, que señala a Israel con un castigo económico injusto”, escribió, refiriéndose al movimiento palestino de Boicot, Desinversión y Sanciones.
Yang comparó el movimiento BDS con los “boicots fascistas a los negocios judíos”, probablemente una referencia al infame boicot nazi a los negocios judíos en Alemania, que comenzó en abril de 1933.
Yang no sólo no construye su argumento de forma históricamente defendible, sino que afirma que el BDS está “enraizado en el pensamiento y la historia antisemita”.
De hecho, el BDS tiene sus raíces en la historia, no en la de la Alemania nazi, sino en la de la Huelga General Palestina de 1936, cuando la población árabe palestina emprendió una acción colectiva para pedir cuentas a la Gran Bretaña colonial por su trato injusto y violento a los musulmanes y cristianos palestinos. En lugar de ayudar a Palestina a alcanzar la plena soberanía, la Gran Bretaña colonial apoyó las aspiraciones políticas de los sionistas europeos blancos que pretendían establecer una “patria judía” en Palestina.
Lamentablemente, los esfuerzos de los nativos palestinos fracasaron y el nuevo Estado de Israel se hizo realidad en 1948, después de que casi un millón de refugiados palestinos fueron desarraigados y sometidos a una limpieza étnica como resultado de una campaña decididamente violenta, cuyas secuelas persisten hasta hoy. De hecho, la actual ocupación militar y el apartheid tienen sus raíces en esa trágica historia.
Esta es la realidad que el movimiento de boicot lucha por cambiar. No se trata de una relación amorosa antisemita, nazi –o, según el relato ahistórico de Yang, “fascista”–, sino de una nación asediada y oprimida que lucha por sus derechos humanos más básicos.
Los comentarios ignorantes e interesados de Yang fueron debidamente contestados, incluso por muchos intelectuales y activistas judíos antisionistas de Estados Unidos y del mundo. Alex Kane, escritor de ‘Jewish Currents’, tuiteó que Yang hizo “una comparación equivocada y desordenada”, y que el político “parece profundamente ignorante sobre Palestina, los palestinos y el BDS”. La congresista musulmana estadounidense Ilhan Omar y el Comité Estadounidense contra la Discriminación Árabe (ADC) se sumaron a otras muchas voces, todas ellas señalando el oportunismo de Yang, su falta de comprensión de la historia y su lógica distorsionada.
Pero esto va más allá de Yang, ya que el debate sobre el BDS en Estados Unidos se basa casi por completo en comparaciones falaces y en la ignorancia de la historia.
Aquellos que esperaban que el final indecoroso de la administración de Donald Trump trajera una medida de justicia para el pueblo palestino, seguramente se sentirán decepcionados, ya que el discurso estadounidense sobre Palestina e Israel rara vez cambia, independientemente del presidente que resida en la Casa Blanca y del partido político que domine el Congreso.
Por lo tanto, reducir el debate sobre el boicot al confuso relato de Yang sobre la historia y la realidad es, en sí mismo, una comprensión reduccionista de la política estadounidense. De hecho, se infunde regularmente un lenguaje similar, como el utilizado por la candidata del presidente Joe Biden para embajadora a las Naciones Unidas, Linda Thomas-Greenfield, al intervenir en su audiencia de confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado el 27 de enero. Al igual que Yang, Thomas-Greenfield también consideró que boicotear a Israel es un acto “inaceptable” que “roza el antisemitismo”.
Aunque la presunta embajadora apoyó el regreso de Estados Unidos al Consejo de Derechos Humanos, a la UNESCO y a otras organizaciones afiliadas a la ONU, su razonamiento para tal medida es simplemente asegurar que Estados Unidos tenga un lugar “en la mesa” para que Washington pueda supervisar y desalentar cualquier crítica a Israel.
Yang, Thomas-Greenfield y otros perpetúan estas comparaciones inexactas con la plena confianza de que cuentan con un fuerte apoyo entre las élites gobernantes del país de los dos partidos políticos dominantes. De hecho, según el último recuento elaborado por el sitio web pro israelí Jewish Virtual Library [Biblioteca Virtual Judía], “32 estados han adoptado leyes, órdenes ejecutivas o resoluciones destinadas a desalentar los boicots contra Israel”.
En efecto, la criminalización del movimiento de boicot ha ocupado la atención del gobierno federal en Washington DC. En los últimos años se han aprobado leyes contra el boicot con mayorías abrumadoras, tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes y se espera que vengan más.
La popularidad de estas medidas llevó al ex secretario de Estado, Mike Pompeo, a declarar que el movimiento de boicot a Israel es antisemita, describiéndolo como “un cáncer” en una conferencia de prensa en noviembre, junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, mientras se encontraba en el asentamiento ilegal de Psagot.
Aunque la postura de Pompeo no es sorprendente, a Yang y a Thomas-Greenfield, ambos miembros de grupos minoritarios que sufrieron un inmenso racismo y discriminación históricos, les corresponde repasar la historia de los movimientos populares de boicot en su propio país. El arma del boicot fue, de hecho, una plataforma muy eficaz para traducir la disidencia política en logros tangibles para los negros oprimidos en Estados Unidos durante el movimiento por los derechos civiles a mediados del siglo XX. El más memorable y trascendental de estos boicots fue el de los autobuses de Montgomery (Alabama) de 1955.
Además, fuera de Estados Unidos, se han escrito numerosos volúmenes sobre cómo el boicot al gobierno supremacista blanco del apartheid en Sudáfrica encendió un movimiento mundial que, combinado con los sacrificios de los sudafricanos negros, puso fin al apartheid a principios de la década de 1990.
El pueblo palestino no aprende la historia de Yang y otros, sino de las experiencias colectivas de los pueblos y naciones oprimidos de todo el mundo. Se guían por la sabiduría de Martin Luther King Jr., quien dijo en una ocasión que “sabemos por dolorosa experiencia que la libertad nunca es dada voluntariamente por el opresor, debe ser exigida por el oprimido”.
El movimiento de boicot tiene como objetivo hacer responsable al opresor, ya que pone precio a la ocupación militar y al apartheid. El movimiento de boicot palestino no sólo no es racista, sino que es esencialmente un grito de guerra contra el racismo y la opresión.
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Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. Su último es “These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons” (Clarity Press). El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y Asuntos Globales (CIGA) y también en el Centro Afro-Mediterráneo (AMEC).
Traducido del inglés por América Rodríguez para Investig’Action
Fuente: Politics for the people