Uranio y pacifismo empobrecido

Los británicos planean entregar proyectiles de uranio empobrecido a Ucrania. En contra de la opinión de muchos científicos, Londres minimiza el impacto y acusa a Moscú de hacer un melodrama. Sin embargo, este tipo de munición marca una nueva etapa en la escalada militar. ¿Cuestionará esto las convicciones de los “pacifistas” que, hasta ahora, aplaudían las entregas de armas en solidaridad con los ucranianos?


 

El lunes 20 de marzo, la página web del Parlamento británico informó que el Reino Unido enviaría municiones de uranio empobrecido a Kiev. A la pregunta de un parlamentario, la viceministra de Defensa Annabel Goldie respondió por escrito: “Además de proporcionar un escuadrón de tanques Challenger 2 a Ucrania, suministraremos municiones, incluidos proyectiles perforantes que contienen uranio empobrecido. Estas municiones son muy eficaces para destruir tanques y vehículos blindados modernos”.

El anuncio de esta peligrosa escalada en el conflicto ucraniano no saltó a los titulares. Sin embargo, la reacción rusa provocó un gran revuelo en la prensa occidental. En efecto, Vladimir Putin declaró que “si todo esto ocurre, Rusia tendrá que reaccionar en consecuencia”. Inmediatamente los titulares clamaban “Putin amenaza al Reino Unido”. ¿No es bella la propaganda de guerra? A algunos podría preocuparles que la pérfida Albión esté introduciendo un nuevo tipo de munición especialmente peligrosa en el teatro de operaciones ucraniano. Son los mismos británicos que quieren vender submarinos nucleares a Australia, como preparación para una posible guerra con China. Sin embargo, la veleta mediática nos dice que el peligro viene de Moscú. No de Londres.

Si bien no es precisamente brillante, el funcionamiento de la máquina de lavado de cerebros es de una claridad meridiana. El enemigo –ruso en este caso– es la encarnación del mal absoluto. Por lo tanto, no importa si se muestra preocupado por una escalada nuclear. Tampoco importa que en las últimas décadas se haya intentado negociar la seguridad colectiva de Europa. Ni siquiera las cuestiones planteadas sobre la expansión de la mayor alianza militar de la historia hasta sus fronteras. El enemigo es el mal. Y punto. Por otra parte, como nos recuerda la historiadora Anne Morelli en su obra Principios elementales de la propaganda de guerra [1], “nuestros” dirigentes son siempre “cuerdos y humanos”. Incluso cuando acercan un poco más a la humanidad al invierno nuclear.

Basándose en esta lógica, tan binaria como implacable, Londres puede acusar a Moscú de “desinformación sobre el uranio empobrecido” sin pestañear. ¿Desinformación? ¿Así que esta historia de los proyectiles no es más que una vulgar fake news propagada por el Kremlin? Pero hemos leído la respuesta escrita de la viceministra Goldie. ¿Fue publicada en un sitio web falso del Parlamento británico, o puesta en línea por un oscuro hacker ruso al acecho en los suburbios de Moscú? En realidad, todo es cierto. Y las autoridades británicas no niegan la entrega de estos proyectiles. Algo es algo. Al ser interrogada sobre el mismo tema a finales de enero, la Casa Blanca lo ignoró socarronamente. En Francia, el ejército refunfuñó que aún tenía una pequeña reserva de estos polémicos proyectiles. Al otro lado del Canal de la Mancha, los orgullosos partidarios del uranio no tienen reparos en dar el paso. Pero restan importancia al impacto. “El ejército británico lleva décadas utilizando uranio empobrecido en proyectiles perforadores”, declaró un portavoz del Ministerio de Defensa. “Es un componente estándar que no tiene nada que ver con armas o capacidades nucleares. Rusia lo sabe, pero intenta deliberadamente desinformar”. Traducción: “El uranio empobrecido es una tontería. Lo utilizamos todo el tiempo. Los rusos sólo están haciendo un drama. Rusos malos”. Nótese de paso que a las agencias de comunicación se les paga generosamente por producir argumentos tan sólidos.

¿Es esto realmente una tontería? “El uranio empobrecido (DU) es un subproducto de la producción de combustible enriquecido para reactores nucleares y armas”, dice William Blum en Rogue State: A Guide to the World’s Only Superpower [Estado canalla: guía sobre la única superpotencia del mundo]. “Como el uranio empobrecido es más denso que el acero, los proyectiles que lo contienen pueden perforar los blindajes más resistentes. Pero el uranio empobrecido tiene un inconveniente: es radiactivo. Y como todos los metales pesados, el uranio es una sustancia química tóxica. Al impactar contra el objetivo, el uranio empobrecido se dispersa en una fina niebla de partículas que pueden ser inhaladas o ingeridas y almacenadas en los pulmones, los riñones o cualquier otra parte del cuerpo.”

Este tipo de munición es muy apreciada por su capacidad para penetrar blindajes. El idioma de Shakespeare se refiere a ellas como tank killers (“asesinas de tanques”). Sin embargo, su uso no estaría exento de peligros. El Ministerio de Defensa británico cita a la Royal Society para afirmar que la munición de uranio empobrecido tendría “probablemente” escaso impacto sobre la salud y el medio ambiente. Pero otros científicos dan la voz de alarma y reclaman su prohibición.

Los efectos de la munición de uranio empobrecido se discuten periódicamente en las Naciones Unidas y son objeto de encarnizados debates. Esto se debe a que poderosas industrias ganan dinero con este metal pesado. Sin embargo, los grupos de presión no dudan en influir a menudo en los estudios para proteger sus jugosos negocios. Así nos enteramos de que no hay correlación entre las bebidas azucaradas y el aumento de peso. O que la nicotina protege contra el Covid-19. En 2021, un estudio publicado en la revista científica BMJ Global Health afirmaba que “las pruebas disponibles sugieren posibles asociaciones entre la exposición al uranio empobrecido y efectos adversos para la salud en la población iraquí”. En el país de los dos ríos, el Tío Sam ha estado lanzando esos proyectiles malignos como si fuera lluvia. Veinte años después de la Operación “Libertad Iraquí”, siguen naciendo bebés deformes en Faluya. Y los casos de cáncer se han disparado. La libertad a la americana deja un sabor amargo.

Hoy en día, mientras algunos siguen afirmando que estas municiones son seguras, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente aboga por el “principio de precaución”. Cabe señalar que Bélgica fue el primer país en prohibir estas armas y su financiación. Esto fue en 2009. Otros Estados abogan por lo mismo. Sin embargo, el principio de precaución parece haberse perdido en la niebla de Londres. Y así, es probable que el uranio empobrecido haga una entrada espectacular en el campo de batalla ucraniano.

¿Será esto suficiente para desanimar a los “pacifistas” de Europa que alientan las entregas de armas a Kiev? No es de extrañar que los halcones de siempre se deleiten con el estruendo de las armas. De Yugoslavia a Libia, pasando por Irak y Afganistán, han participado en todas las guerras. La cosa es más sorprendente para quienes suelen seguir el ejemplo de la paloma. ¿Se ha ablandado la paloma, o ha cogido plomo en el ala? En Ucrania hay un agresor y un agredido, explican estas extrañas aves [2]. Frente al ogro ruso, no podemos abandonar a los ucranianos a su triste suerte. Por lo tanto, debemos armarlos hasta los dientes. Este razonamiento merece ser abatido.

En primer lugar, al centrarse únicamente en la relación entre agresor y agredido, nuestros belicosos pacifistas olvidan que la invasión rusa no se produjo de la nada, fuera de todo contexto. Ucrania lleva diez años en guerra; desde que Estados Unidos fomentó allí un putsch y proporcionó un trampolín a los nacionalistas. Las desgracias de Kiev no son ajenas a las pretensiones hegemónicas de Washington en la región. No es la propaganda rusa la que lo denuncia, sino funcionarios estadounidenses los que lo confiesan. En 1997, Zbigniew Brzezinski, eminencia gris de la Casa Blanca, explicaba que sin Ucrania, Rusia dejaría de ser un imperio [3]. Debe integrarse a la OTAN para convertirla en “la columna vertebral geoestratégica de Europa”. En la misma línea, un informe del Congreso estadounidense de 2018 señalaba que la pertenencia de Ucrania a la alianza transatlántica supondría “una garantía contra posibles intentos rusos de revivir su ‘imperio’”. Un estudio igualmente inspirado de la Rand Corporation, un think tank del Pentágono, recomendó en 2019 que se utilizara a Ucrania para socavar a Rusia, empañar su imagen e imponer fuertes sanciones económicas. Recordemos aquí que la Unión Soviética había disuelto su propia alianza militar y que los funcionarios de la OTAN habían prometido no expandirse hacia el este. Nota para los necios: preparar el terreno para la invasión rusa no es concederle un cheque en blanco. Para encontrar una solución real al conflicto, no se puede hacer abstracción de su contexto.

Este contexto brilla por su ausencia en los medios de comunicación occidentales. Se trata de otro principio elemental de la propaganda de guerra que nuestras palomas a rastras se toman obviamente al pie de la letra. Aunque ello signifique adoptar las posiciones de un Joe Biden o una Ursula von der Leyen, al borde de un patatús en cuanto oyen hablar de mediación. Cabría esperar que nuestros progresistas desconfiaran más de la industria mediática, de su bien engrasada maquinaria, de su lealtad a la ideología dominante y de su permeabilidad a la propaganda de guerra. También cabría esperar que se alinearan menos cándidamente con los payasos de la OTAN que nunca han estado en el lado correcto de la historia. Imaginar que la alianza transatlántica podría estarlo por una feliz concurrencia de circunstancias, es desconocer la profunda naturaleza de esta organización criminal.

Además, al prolongar la guerra en Ucrania enviando más y más armas, nuestras buenas almas occidentales están mostrando un cierto etnocentrismo que contrasta con el resto de la humanidad. En efecto, desde América Latina hasta Asia y África, no cabe duda de que este conflicto no es sólo una agresión rusa contra Ucrania. Se está denunciando como una guerra de poder deseada y librada por los yanquis para mantener su hegemonía e impedir el advenimiento de un mundo multipolar. Un mundo multipolar ardientemente deseado por los países del Sur donde, hasta ahora, ha habido poco gusto por un orden internacional basado en las reglas occidentales. Sobre todo, el Sur reclama alto y claro el fin de estas hostilidades, que corren el riesgo de sumir al mundo entero en la miseria, el hambre e incluso la destrucción. ¿No deberían nuestros progresistas preferir las sabias palabras de la Primera Ministra de Namibia a la Presidenta de la Comisión Europea, quien pide “redoblar nuestros esfuerzos militares”? Saara Kuugongelwa-Amadhila declara: “Propugnamos una resolución pacífica de este conflicto para que todos los países del mundo y todos los recursos puedan centrarse en mejorar la vida de la gente, en lugar de gastarse en adquirir armas, matar gente y crear enfrentamientos.”

Esta no es la dirección que están tomando los gobiernos europeos. En nombre de la “solidaridad” con Ucrania, los presupuestos de la mal llamada Defensa se disparan. Mientras en el Viejo Continente los miembros de la OTAN se resistían a destinar el 2% de su PIB a la defensa, Polonia anunciaba orgullosa que alcanzaría el 4% en 2023. Alemania rompió con la tradición pacifista que había prevalecido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, al anunciar una adición de unos 100.000 millones de euros a su presupuesto militar de 2022. Esto lo convertiría en el mayor de Europa. En Bélgica, el 1,54% del PIB se destinará a la guerra, frente al 0,9% actual. En Francia, Emmanuel Macron prometió que el presupuesto militar pasaría de 43.000 a 59.000 millones de euros en 2030. Este es el tipo de “dinero loco” que nuestras cancillerías agitan con orgullo mientras inventan nuevas medidas de austeridad.

¿Será éste el precio a pagar para salvar a los ucranianos? En este punto, nuestros belicosos pacifistas no pueden evitar un análisis concreto de la situación concreta. En el estado actual de las cosas –es decir, si la OTAN no envía tropas ni despliega artillería nuclear a riesgo de sumirnos en una Tercera Guerra Mundial– el ejército ucraniano no tiene prácticamente ninguna posibilidad de recuperar los territorios conquistados por Rusia. Ni siquiera nuestros políticos se lo creen ya. Por lo tanto, seguir inundando Kiev con tanques, aviones de combate o proyectiles de uranio empobrecido sólo prolongará el sufrimiento de los ucranianos. No con la esperanza de recuperar militarmente el territorio perdido. Sino con el objetivo declarado de debilitar lo más posible a los rusos. Esto explica por qué los jefes occidentales han vetado repetidamente los esfuerzos de mediación. Desde los muyahidines afganos hasta los soldados ucranianos, pasando por los rebeldes libios, la subcontratación del trabajo sangriento ha demostrado ser una especialidad del Tío Sam. ¿Cuántas muertes más habrá antes de que nuestros progresistas del sábado comprendan, como en cualquier otra parte del mundo, que la negociación es la única salida en Ucrania?

“Añadir guerra a la guerra no traerá la paz”, resumía Nabil Boukili, diputado del PTB [Partido de los Trabajadores de Bélgica], el pasado mes de enero. Se oponía al “mayor paquete de ayuda militar” urdido por Bélgica. ¿Sentido común? “Un razonamiento pernicioso” descifra un editorial de La Libre Belgique que reduce a los marxista-leninistas del país llano a “idiotas útiles” del Kremlin. El autor, un genio prescindible, nos dice que las tropas ucranianas reconquistarán sus territorios y que Bélgica ha tomado “la única decisión correcta”. Porque, y esto es el colmo de la argumentación alineada y obediente que inunda la prensa occidental, Moscú “sólo entiende de equilibrio de poder”. Por tanto, no hay negociación posible.

Hay que decirlo rápido. Lo suficientemente rápido como para olvidar que, tras la caída de la Unión Soviética, Moscú tendió la mano para enterrar el hacha de la guerra, en vano. Lo bastante rápido como para no pensar en el discurso de Putin en la conferencia de Múnich de 2007. Lo bastante rápido como para pasar por alto que, antes de la invasión, Rusia había hecho reiteradas peticiones por escrito para garantizar su seguridad y el estatus de Ucrania, a las que Washington se contentó con no responder. Rápido, para ignorar las advertencias de los principales estrategas estadounidenses sobre la expansión de la OTAN y la militarización de Ucrania. Rápido, de nuevo, para no mencionar los acuerdos de Minsk que, como admiten los propios Merkel, Hollande y Poroshenko, sólo sirvieron para ganar tiempo para rearmar a Ucrania y engañar a los rusos. Por último, rápido para evitar pensar que si Moscú sólo entendiera de equilibrio de poder, probablemente la humanidad no habría sobrevivido a la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962. La historia ya ha demostrado que sí es posible negociar con Rusia. ¿Nos enseñará que el diálogo habría sido preferible al uranio empobrecido? ¿Los progresistas occidentales aceptan las apuestas?

El programa televisado El Precio Justo, marcó el apogeo de los concursos en los años noventa. En particular, la prueba del tirolés. El concursante tenía que estimar el valor de tres productos. Por cada diez francos de error –sí, eran otros tiempos–, la figura del tirolés subía a una montaña, sin cara norte. Así, tras varias estimaciones erróneas, la figurita llegaba a la cima, sólo para caer al vacío. Antes del fatal desenlace, mientras el tirolés subía la colina canturreando alegremente, el concursante observaba el ascenso de la grotesca figura, con una mezcla de miedo y esperanza en sus ansiosos ojos. Pero la prueba era de lo más difícil. La mayoría de las veces, el tirolés iba demasiado lejos. Al final, caía con un grito espantoso que dejó huella en varias generaciones de espectadores.

En muchos aspectos, la solidaridad de los pacifistas beligerantes recuerda a la del tirolés de El Precio Justo. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, los suministros militares no han dejado de aumentar. Los envíos comenzaron con material no letal. Cuando Bruselas se dio cuenta de que los chalecos antibalas, las botellas de agua y las linternas-antorchas no bastarían para contener a las tropas rusas, los morteros tomaron el relevo. Después, misiles antitanque. Después, los propios tanques. Berlín apenas había terminado de vacilar sobre sus Leopard cuando los países bálticos prometieron aviones de combate. Ahora el Reino Unido anuncia proyectiles de uranio empobrecido. ¿Se percibe un olor pestilente? ¿Seguirán nuestros progresistas del sábado apoyando los envíos de armas mientras ven a los tiroleses subir a la montaña? ¿Se dan cuenta de lo que le espera a la humanidad cuando alcancemos la cima? El reloj del Juicio Final marca 90 segundos para la medianoche. Eso debería ser una pista.

 

Notas

[1] Anne Morelli, Principes élémentaires de propagande de guerre : Utilisables en cas de guerre froide, chaude ou tiède…, Labor, 2001.

[2] Algunos incluso se atreven a hacer la comparación con los palestinos, sin preguntarse por qué la OTAN apoya a unos y no a otros.

[3] Zbigniew Brzeziński, Le grand échiquier : L’Amérique et le reste du monde [The Grand Chessboard: American Primacy and Its Geostrategic Imperatives], Bayard, coll. “Actualité”, 1997.

 

Traducido por Edgar Rodríguez para Investig’Action

Fuente: Investig’Action

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