¿De qué tenían miedo? Las prisas de los asesinos estadounidenses por ejecutar a Ben Laden y por hacer desaparecer su cadáver nos deja perplejos. Un escuadrón de paracaidistas, pertrechados de armamento sofisticado, casco a la Nintendo, cabalgando sobre helicópteros a lo Zorro, se abaten sobre la presa un día de mayo.
¿Objetivo? Un jubilado en su dacha al norte de la mafiosa Islamabad, tranquilo con su familia numerosa, inactivo desde hacía algunos años, mirando por la tele las sucursales legitimadas de la supuesta organización Al-Qaeda, que se agitan en la periferia de los combates que está llevando la resistencia de los pueblos árabes oprimidos, rebelados.
La ejecución extrajudicial de los “in-justicieros” superarmados habrá conseguido hacer callar a un testigo molesto, es la única conclusión que se puede sacar de este golpe sucio a la americana. El heredero elegido del jefe de los bandidos de la época (2001) podrá dormir tranquilo. Barak Obama, al igual que Georges Bush en 2001, aparece precipitadamente en la televisión, menos mal que sin portaviones, para anunciar la valiente hazaña militar de su corajudo cuerpo de élite: un anciano desarmado ha sido asesinado en los confines de una región devastada por los drones del imperio. Se resistía y sabía demasiado para ser repatriado e interrogado; de todos modos, todo lo que hubiera podido revelar, el Estado mayor americano ya lo sabía.
Entonces, ¿para qué dejar hablar a este resucitado delante de las cámaras de la tele, delante de un público asombrado; y darle la ocasión de contar las malversaciones de los poderosos y los complots de los malhechores? Por otra parte ¿la sanguinaria y vergonzosa prisión de Guantánamo aún sin cerrar, ¿un prisionero ilegal más y, por qué no, al lado de un chaval canadiense que el gobierno de su país no quiere repatriar? ¡Que el enemigo sabía demasiado! De verdad, ¿los estrategas de la Casa Blanca nos toman por tontos? Después de haberlo buscado durante estos diez últimos años, ¿por qué era ahora tan urgente hacerle callar para siempre? ¿Podía acaso revelar informaciones ocultadas, complicidades, el origen de sus informadores, de dónde provenía las armas de su organización, quién entrenó a sus sátrapas (si es que es verdad que fueron ellos los que dieron el golpe), quién los ocultó, pagó, cómo se llaman sus aliados? Son otros tantos interrogantes que nunca más se le podrán preguntar.
O es que ¿Ben Laden no era ya nadie en esta saga, sus herederos y sus oficiales están en otros lugares y este asesinato ilegal de los paras del ejército americano en una neo-colonia, ocupada (Pakistán), no habrá sido la venganza pueril de una potencia en declive? Este asesinato bárbaro, televisado, no habrá servido más que a exacerbar el odio y la cólera de sus partidarios frustrados y a acreditar un “héroe” más ante los países neo-colonizados. Mañana, en una ciudad cualquiera, un iluminado se hará explotar en medio de un gentío inocente y todos estos comentaristas y analistas celosos que vengo oyendo reír a carcajadas y cantar ayer en a tele, vendrán llorando lágrimas de cocodrilo y, cobardes como son, gritar venganza y pedir más asesinatos salvajes extrajudiciales, sin acta de acusación, sin proceso, sin testigos molestos, sin ni siquiera el cadáver del acusado.
¿Qué tienen pues que ocultar estos sedientos de sangre de los mártires?
Traducción : J.Mª Fdez.Criado de Corriente Roja