Las reglas de la propaganda de guerra
Tras la primera guerra del Golfo, ¿cómo han cubierto las demás guerras los medios de comunicación occidentales? ¿Se pueden establecer constantes comunes? ¿Existen reglas inevitables de la «propaganda de guerra»? Sí. Reglas como las siguientes:
1.Ocultar los intereses. Nuestros gobiernos luchan por los derechos humanos, por la paz o por cualquier otro noble ideal. Nunca se puede presentar una guerra como un conflicto entre intereses económicos o sociales opuestos.
2. Demonizar al adversario. Para obtener el apoyo de la opinión pública, se debe preparar cada guerra mediante una espectacular mentira mediática. Tras ello, hay que seguir demonizando al adversario repitiendo, sobre todo, imágenes atroces.
3. Ocultar la historia y la geografía de la región. Eso hará que los conflictos avivados o provocados por las propias grandes potencias se vuelvan incomprensibles.
4.Preparar la amnesia. Evitar cualquier recuerdo serio de las manipulaciones mediáticas precedentes, eso sólo haría que el público desconfiase.
Regla número 1 : Ocultar los intereses
La regla fundamental de la propaganda de guerra es la de ocultar que esas guerras se llevan a cabo por intereses económicos muy precisos, los de las multinacionales. Ya se trate de controlar las materias primas estratégicas, las rutas del petróleo y del gas, o de abrir mercados y romper los países demasiado independientes, o de destruir países que puedan representar una alternativa al sistema, las guerras, en definitiva, son siempre por razones económicas y nunca humanitarias. Sin embargo, siempre es lo contrario lo que se le dice a la opinión publica.
La primera guerra contra Iraq fue presentada como una guerra cuya meta era la de hacer que se respetase el Derecho Internacional, mientras que los verdaderos objetivos, expuestos en diversos documentos del gobierno de Estados Unidos (y no todos ellos internos), eran:
1. Echar abajo un régimen que hacía un llamamiento a la unión de los países árabes para resistirse a Israel y a EE.UU.
2. Salvar el control de todo el petróleo de Oriente Medio.
3. Instalar bases militares en la ya reticente Arabia Saudita. Es muy instructivo , e incluso divertido, volver a leer hoy las nobles declaraciones que la prensa europea realizó en la época sobre los nobles motivos de la primera guerra del Golfo. De todo eso, balance cero.
Las diversas guerras contra Yugoslavia se presentaron como guerra humanitarias, mientras que, según sus propios documentos (que cualquiera puede consultar), las potencias occidentales habían decidido echar abajo una economía demasiado independiente frente a las multinacionales y con importantes derechos sociales para los trabajadores.
El verdadero objetivo era el de controlar las rutas estratégicas de los Balcanes (el Danubio y los oleoductos en proyecto), instalar bases militares (someter así al fuerte ejército yugoslavo) y colonizar económicamente el país. Actualmente, hay numerosas informaciones que confirman una colonización descarada de las multinacionales, entre las que se encuentra US Steel, el saqueo de las riquezas del país, la miseria creciente que se apodera de la población… pero todo esto se le oculta cuidadosamente a la opinión internacional, al igual que los sufrimientos de la población en muchos otros países recolonizados.
La invasión de Afganistán se presentó primero como una lucha antiterrorista, después como una lucha de emancipación democrática y social, mientras que, allí también, los documentos de Estados Unidos (perfectamente consultables) revelaban de qué se trataba realmente: 1.
Construir un oleoducto estratégico que permitiese controlar el aprovisionamiento de todo el sur de Asia, continente, éste, decisivo para la guerra económica del siglo XXI. 2. Establecer bases militares de EE.UU. en el centro de Asia, y 3. Debilitar a todos los «rivales» posibles de ese continente e impedir que se aliasen.
De la misma manera, se podría analizar cómo se nos ocultan las verdaderas intenciones económicas y estratégicas de las guerras en curso o venideras: Colombia, Congo, Cuba, Corea… En definitiva, el tabú fundamental de los medios de comunicación es la prohibición de mostrarnos que cada guerra sirve siempre a ciertas multinacionales, que la guerra es la consecuencia de un sistema económico que, literalmente, impone que las multinacionales dominen el mundo y lo saqueen para impedir que sus rivales lo hagan.
Regla número 2: Demonizar al adversario
Todas las grandes guerras empiezan por una gran mentira mediática que sirve para hacer bascular la opinión pública para que se ponga del lado del gobierno.
– En 1965, Estados Unidos declara la guerra a Vietnam inventándose completamente un ataque vietnamita contra dos de sus navíos (incidente de la «Bahía de Tonkin»).
– Contra Granada, en 1983, se inventan una amenaza terrorista (¡ya de aquélla!) que tendría como objetivo los Estados Unidos.
– El primer ataque contra Iraq, en 1991, se «justificó» por un supuesto robo de incubadoras de un hospital de maternidad de Kuwait City. Mentira mediática fabricada por la empresa de relaciones públicas americana Hill & Knowlton.
– Del mismo modo, la intervención de la OTAN en Bosnia (1995) se «justificó» por la supuesta existencia de «campos de exterminio» y de bombardeos contra civiles en Sarajevo, atribuidos a los serbios. Las investigaciones posteriores (tenidas como secretas) mostrarán que, de hecho, los autores fueron los propios aliados de la OTAN.
– A principios de 1999, se «justifica» el ataque sobre Yugoslavia gracias a otro montaje: la supuesta «masacre de civiles» en Racak (Kosovo), que en realidad fue un combate entre dos ejércitos provocado por los separatistas del UCK, los mismos que los responsables de Estados Unidos calificaban de «terroristas» a principios de 1998 y de «combatientes de la libertad» unos meses más tarde.
– ¿Qué decir de la guerra en Afganistán? Más fuerte todavía por culpa de los atentados del 11 de septiembre. Sobre estos atentados no se hará ningún tipo de investigación seria. Al contrario, los halcones de la administración Bush se precipitarán para pasar al ataque. Un ataque preparado desde hacía tiempo, contra Afganistán, Iraq y algunos otros.
Todas las grandes guerras empiezan por una gran mentira mediática del mismo tipo: imágenes atroces que prueban que el enemigo es un monstruo al que hay que enfrentarse por una «causa justa». Y para que esa gran mentira mediática funcione correctamente, son necesarias algunas cosas:
1. Imágenes horribles, trucadas si es necesario.
2. Repetirlas incesantemente durante días para después seguir mencionándolas de manera frecuente.
3. Monopolizar los medios de comunicación para evitar cualquier versión diferente.
4. Deshacerse de las críticas, al menos hasta que ya sea demasiado tarde.
5. Calificar de «cómplices», incluso de «revisionistas» a todos aquellos que pongan en duda esas mentiras mediáticas.
Regla número 3 : Olvidarse de la Historia
En todos los grandes conflictos de los últimos años, los medios de comunicación occidentales ocultaron, a la opinión pública, los datos geográficos e históricos esenciales para comprender la situación de las regiones estratégicas concernidas.
En 1990, se nos presenta la ocupación iraquí de Kuwait (aunque no se trata aquí de justificar ni de analizar) como una «invasión extranjera». Se «olvidan» de decir que Kuwait siempre había sido una provincia de Iraq, que había sido separada en 1916 por los colonialistas británicos con el objetivo de debilitar Iraq y de conservar el control de la región, que ningún país árabe ha reconocido jamás esa «independencia» y, en definitiva, que Kuwait fue sólo una marioneta que permitió a Estados Unidos confiscar los ingresos del petróleo.
En 1991, en Yugoslavia, se nos presenta como «víctimas» inofensivas y demócratas a dos dirigentes extremistas, racistas y provocadores que Alemania había armado antes de la guerra: el croata Franjo Tudjman y el bosnio Alia Izetbegovic ocultando que estaban relacionados con el pasado más siniestro de Yugoslavia: el genocidio anti-serbio, anti-judío y anti-rom de 1941-45. Se nos presenta también a la población serbia de Bosnia como invasores, cuando en realidad habían vivido allí durante siglos.
En 1993, nos cuentan que la intervención occidental en Somalia es de carácter «humanitario», ocultando cuidadosamente que las empresas americanas habían comprado el subsuelo petrolífero del país y que Washington pretendía controlar esta región estratégica del «Cuerno de África» al igual que las rutas del Océano Índico.
En 1994, nos muestran el genocidio ruandés silenciando la historia de la colonización belga y francesa, la misma que había organizado deliberadamente el racismo entre hutus y tutsis para dividirlos mejor.
En 1999, nos presentan Kosovo como una tierra invadida por los serbios. Nos hablan de un «90% de albaneses y un 10% de serbios», pero sin mencionar la fuerte disminución del número de serbios durante los genocidios cometidos en esa provincia durante la 2ª Guerra Mundial y durante la administración albanesa de la provincia (en los años 80). No se menciona tampoco la existencia en Kosovo de otras minorías importantes (roms, judíos, turcos, musulmanes, gorans…). Minorías cuya «limpieza étnica» habían programado «nuestros amigos» del UCK y que realizan, hoy en día, con la bendición de la OTAN.
En 2001 se protesta contra los talibanes, régimen ciertamente indefendible, pero ¿quién los llevó al poder? ¿Quién les protegió de las críticas de las organizaciones de los derechos humanos con el fin de poder construir un jugoso oleoducto transcontinental? Y, sobre todo al principio, ¿quién utilizó el terrorismo de Ben Laden para echar abajo al único gobierno progresista que había emancipado a los campesinos y a las mujeres? ¿Quién restableció, de este modo, el peor terror fanático en Afganistán? ¿Quién sino los Estados Unidos? De todo esto la opinión pública no llegará a saber nada, o sí, pero demasiado tarde.
La regla es muy sencilla: ocultar el pasado permite impedir que la gente comprenda la historia de los problemas de esas regiones, y, a la vez, permite demonizar a su gusto a uno de los protagonistas, que es siempre, casualidades de la vida, el que se resiste a los objetivos neocolonialistas de las grandes potencias.
Regla número 4: Preparar la amnesia
Cuando una gran potencia occidental prepara o desata una guerra ¿no sería ése el momento ideal para recordar las grandes mentiras mediáticas de las guerras precedentes, de aprender a descifrar la información que nos transmiten los estados mayores tan interesados?
¿Alguna vez han hecho eso con alguna de las guerras desatadas en la década de los 90? Nunca. Siempre que hay una guerra, ésta se vuelve una «guerra justa», más justa aún que las precedentes y no es el momento de sembrar la duda.
Los debates se dejarán para más tarde, o ¿para nunca? Un caso flagrante es el que sucedió hace poco cuando uno de los mayores mentirosos fue sorprendido con las manos en la masa por una mentira mediática.
Alastair Campbell, jefe de «comunicaciones» de Tony Blair, tuvo que dimitir cuando la BBC reveló que éste había trucado la información sobre las supuestas armas de destrucción masiva. ¿Provocó eso un debate sobre los anteriores éxitos de Campbell? ¿No habría sido interesante explicar que toda la información sobre Kosovo había sido preparada por el mismo Campbell y que, por eso mismo, sería necesario hacer un balance y reevaluar la información que se había dado sobre la guerra en Yugoslavia? Nada de eso se hizo.
¿Tenemos derecho a la información?
En esta batalla (ya que la información no es un regalo sino un combate), creemos necesario desarrollar urgentemente un análisis crítico de la propaganda de guerra y de los intereses ocultos. En primer lugar, en las escuelas. La educación sobre los medios de comunicación debería formar parte del temario básico, pero no como una especie de complaciente autopublicidad de los periódicos en los colegios, sino bajo una forma realmente contradictoria y analítica.
No basta con gritar «¡Nunca más!», tras las mentiras mediáticas de cada guerra. Es necesario intentar comprender siempre las verdaderas posturas económicas y estratégicas de cada guerra. Desenmascarar a los autores que manejan los hilos. Organizarnos colectivamente lo más rápido que podamos y difundir a todos los lugares posibles los resultados de los test de los medios de comunicación que elaboremos juntos.
El derecho a la información hay que conquistarlo.