El 3 de abril de este año el Consejo Permanente de la Organización de Estados Américanos (OEA), luego de dar un golpe de estado interno a la presidencia de Bolivia y entregársela a Honduras, acordó una resolución, no obstante que no contó con el apoyo necesario de la mitad más uno de los estados miembros, donde urgía a Venezuela a “retornar el orden democrático”. A partir de la ilegal resolución de la OEA, la oposición venezolana pareció recibir una luz verde para iniciar una serie de manifestaciones de calle, casi diarias, con confusas reivindicaciones de libertad pero con una demanda que fue emergiendo como la principal, la renuncia del presidente Nicolás Maduro y elecciones presidenciales inmediatas. Reclamo caprichoso porque las elecciones presidenciales, según el mandato constitucional, están previstas para fines de 2018.
Las protestas callejeras de la oposición (a las que nunca se suman las populosas barriadas humildes) casi siempre culminan en hechos de violencia, incorporan una serie de encapuchados en sus filas que asisten con armamento convencional o de fabricación doméstica, cuentan con una importante logística que les proporciona dinero, transporte, bombas molotov, costosas máscaras antigas, ondas, municiones, cascos y escudos. Los enmascarados amenazan a través de videos difundidos en redes sociales a los choferes de autobuses con quemar sus unidades si circulan por las ciudades, buscan así paralizar la actividad económica.
En este último mes y medio los extremistas han quemado muchos colectivos, taxis y camiones de todo tipo. Las manifestaciones callejeras pretenden sorprender a las autoridades circulando sin autorización previa por cualquier calle, el metro cierra las estaciones a su paso para prevenir ataques a dichas instalaciones y agresiones a su personal, como han ocurrido en otras ocasiones.
Frente a estos grupos violentos que actúan como los camisas pardas de la Alemania de Hitler (no incluyo a todos los opositores sino fundamentalmente a los encapuchados), las fuerzas de seguridad del Estado utilizan solamente gas lacrimógeno para repelerlas, Maduro prohibió el uso de perdigones de goma.
En general los enmascarados no son objeto de crítica entre los opositores a pesar de su desmesurada violencia, y de que existen pruebas que muchos son remunerados, más bien al contrario son calificados con el romántico adjetivo de “resistencia”; y han sido arengados antes de salir a celebrar sus rituales de intolerancia por el vicepresidente de la Asamblea Nacional y líder del partido Voluntad Popular, Freddy Guevara.
Un recurso muy utilizado en la lucha callejera es la instalación de barricadas en las principales calles y avenidas, y no es buena idea buscar rebasarlas, muchos han muerto en el intento. Desde que comenzaran las manifestaciones violentas o guarimbas como se las conoce en Venezuela, al día de hoy han muerto unas 50 personas y más de mil han resultado heridas, según datos oficiales del Ministerio Público.
A propósito de las muertes no dejan de ser llamativos los lapsus de Lilian Tintori, esposa del político preso Leopoldo López, devenida en una de las principales figuras de la oposición, cuando por ejemplo en 2015 escribió un tweet donde decía “así cueste la vida a miles de venezolanos seguiremos luchando…”, o más recientemente cuando convocó a los jóvenes a participar de las protestas de calle diciendo que “ninguna muerte será en vano”.
Pero en este tipo de actos fallidos Tintori no está sola, en abril pasado el líder del partido político Acción Democrática, Henry Ramos Allup, lamentó las muertes que estaban por venir en el marco de las protestas actuales.
El cóctel psicológico de odio y miedo, alimentado desde hace años por los medios de comunicación y potenciado por el uso de las redes sociales, está carcomiendo la sociedad como un cáncer. José Rafael Noguera, un joven chavista que el pasado 18 de mayo junto a su hermana debieron descender del autobús en el que se trasladaban porque barricadas interpuestas por opositores impedían la circulación vehicular.
Al atravesar a pie por la Plaza Francia o Altamira como se la conoce más popularmente, epicentro de las manifestaciones opositoras en Caracas, algo así como la plaza Maidán lo fue para los ucranianos en 2014, una mujer increpó a Rafael y su hermana, porque esta última usaba una camiseta roja, “estos son chavistas”, aventuró. Rafael confirmó sin temor la intuición de la mujer, entonces la turba comenzó a golpearlo y amenazaron con quemarlo vivo, él corrió como pudo hasta un vehículo de la policía buscando auxilio, posteriormente fue trasladado a un centro de salud para atender sus heridas.
Ese mismo día un comerciante confundido con un funcionario del gobierno de Nicolás Maduro, recibió una golpiza en un centro comercial de Caracas.
Y otra vez en la plaza Francia, Orlando José Figuera Esparragoza, un joven de 21 años, fue quemado y apuñalado por la “resistencia” tras ser confundido con un chavista “infiltrado” en una manifestación opositora.
Jacobo, uno de mis estudiantes en la Univeridad Bolivariana de Venezuela (UBV), atravesaba el campus de la Universidad Central de Venezuela (UCV), bastión de la oposición política, con una mochila roja que no tenía nada que la identificara políticamente más allá del color asociado con el chavismo, entonces se topó con unos estudiantes de la UCV que le espetaron “chavista de mierda”, Jacobo sonrió forzadamente y apuró el paso.
Una madre en el parque infantil al que suelo llevar a mi hijo me preguntó donde trabajaba, al contestarle que lo hacía en la UBV, su sorpresa e indignación pudo adivinarse a continuación cuando en tono inquisitorial me preguntó “¡¿pero entonces tu estás con el proceso?! (bolivariano)”.
Recientemente la periodista opositora Patricia Poleo, dijo como si fuera la portavoz de un futuro gobierno antichavista que desde la última secretaria de un ministerio no había que perdonar a ningún funcionario del gobierno. Twitters escritos por otros periodistas antichavistas han convocado a celebrar actos de hostigamiento para con los partidarios de la Revolución Bolivariana en cualquier lugar que los identifiquen.
Comparto estas anécdotas porque son un termómetro del clima psicológico y social que impera en Venezuela, donde la condición de chavista ha pasado a ser algo reprochable y debe esconderse si no se quiere pasar un mal rato o poner en peligro la integridad física.
Existe la sensación de que la situación del judío en el Berlín de 1938 es cada vez más parecida a la del chavista en la Caracas de 2017.
Fuente : Investig’Action