“Los vencedores de la ‘guerra fría’ necesitan diabolizar a los vencidos”

Al igual que los vencedores de la Comuna de París, los de la “guerra fría” no se limitan a la represión (en la Francia de 1871) ni al desmembramiento (en la URSS de la década de 1990);  necesitan diabolizar a los vencidos.

 

Para Bismark y los “republicanos” conservadores franceses, los comuneros eran solo delincuentes comunes que había que tratar como tales para aniquilar su recuerdo. En cuanto a la revolución en Rusia, no era más que otra manifestación de su atraso cultural, que debía asociarse al tradicional desprecio antirruso.

En ambos casos, se trataba de la eliminación de una repentina erupción de la barbarie en el seno de la civilización. La “prueba” de esta teoría reside en la analogía de los métodos represivos, es decir en la violación de los derechos humanos : por un lado el asesinato de rehenes, incluyendo el arzobispo de París y el vandalismo de los comuneros; por el otro los crímenes del bolchevismo, entre ellos la ejecución de Nicolás II y la brutalidad del estalinismo en Rusia.

La diabolización de la Rusia postsoviética se basa en la acusación en su contra por violación de principios democráticos : esa violación provendría de la “naturaleza” misma de la sociedad rusa, que es “incorregible”. En realidad, lo que se juzga y lo que se cuestiona es la reafirmación por parte de las autoridades rusas de la soberanía de Rusia y el resurgimiento de su poder, que reduce el margen de maniobra del mundo occidental.

Las campañas antirrusas (al igual que las antichinas) son el resultado de la irritación que provoca el que hayan vastos territorios más allá de la influencia política de Estados Unidos y Europa occidental, lo que limita el despliegue de los intereses occidentales. Se trata de una inmensa “pérdida de ingresos” para Occidente.

Es obvio que el conocimiento historico avanza a través de una “perpetua revisión de los contenidos mediante la profundización y las tachaduras”. Pero la actitud hacia Rusia es más bien, por el contrario, la repetición permanente de un enfoque sistemático y continuo : se repite constantemente que “nada es más ajeno a la tradición cultural del mundo ruso que los valores de la democracia liberal, la idea del contrato social y la soberanía popular, las bases del mundo occidental”.

Lo que reinaría en Rusia hoy como ayer es “la paranoia colectiva, el complejo del asediado”, la convicción de que se cierne la “amenaza de una conspiración universal”. No se toma en cuenta el hecho de que Occidente hace todo lo posible para causar la desintegración del mundo ruso, mediante una serie de injerencias multiformes de entre las cuales destaca en primer lugar la distribución de dinero y movilización de los medios de comunicación, el hecho de multiplicar las bases militares de la OTAN que rodean a una Rusia sin embargo “postsoviética” o las diversas restricciones comerciales impuestas en su contra. Rusia habría sido afectada por una patología histórica irremediable que debe ser denunciada sin descanso.

Los juristas occidentales están a la vanguardia de esta agresión ideológica y proporcionan las herramientas teóricas a las campañas de los medios de comunicación. Inventan, haciendo caso omiso del principio de la igualdad soberana de los Estados miembros de las Naciones Unidas, que sin embargo sigue vigente en la Carta, el principio del “Estado no democrático”, que no tendría los mismos derechos que los demás en el orden internacional.

La definición occidental de la democracia, que se resume a las elecciones «libres» y repetitivas, estaría integrada en la legalidad internacional, es decir en el derecho de las naciones “civilizadas”, como sucedía en el siglo XIX. Obsérvese que esas “elecciones libres”, que son la fuente de todas las interpretaciones, pueden ser rechazadas con posterioridad si se les considera como “insuficientemente libres” (en Costa de Marfil, por ejemplo) o cuando no conducen a la práctica política deseada (como en Ucrania).

El derecho internacional perdería de ese modo su universalidad de finales del siglo XX, porque no todos los Estados son elegibles al “nuevo” derecho internacional. Por lo tanto, la democracia ya no es un asunto interno y las intervenciones “prodemocráticas”, es decir, “prooccidentales” serían legítimas. De ese modo la «democracia» se ha convertido (después del concepto de “civilización” de la época colonial) en un medio para que las potencias occidentales “reinterpreten” las reglas de la coexistencia pacífica entre todos los Estados, previstas en la Carta de la ONU.

La injerencia (a pesar del principio que la prohibe) e incluso el recurso de la fuerza (a pesar de la pérdida para los Estados del derecho de la guerra) tienden a convertirse en una práctica que las potencias occidentales suelen permitirse.

A veces es en el marco de las Naciones Unidas : se procede a interpretaciones amplias y de mala fe de las resoluciones adoptadas por el Consejo de Seguridad. Esto es lo que sucedió, por ejemplo, en el caso de Libia. Una simple prohibición de sobrevuelo del territorio por la aviación libia, en nombre del “deber de proteger a la población civil” le permitió a la OTAN una intervención armada por tierra, mar y aire que ha causado decenas de miles de víctimas y después de ocho meses de conflicto armado, la liquidación del régimen libio y la ejecución de su líder. 

Lo mismo pasó en Costa de Marfil, bajo la iniciativa de Francia, con el apoyo de las Naciones Unidas, en nombre de la “democracia electiva” y la “protección de los civiles”, donde el recurso a la fuerza militar llevó a la destitución del Presidente Gbagbo y su traslado ante la Corte Penal Internacional.

 

 

Fragmento del nuevo libro de Investig’Action

 

«Rusofobia – ¿Hacia una nueva guerra fría?»
de Robert Charvin

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