La obra negativa del colonialismo francés en las Antillas: la producción y reproducción de una pigmentocracia

En el discurso dominante se celebran Guadalupe y Martinica como símbolo de un mestizaje logrado. El ángulo muerto de este discurso es el de la reproducción de lo que Raphaël Confiant denomina la “pigmentocracia” (1) que estructura el sistema social de las llamadas Antillas “francesas” desde la época esclavista y colonial hasta nuestros días. En efecto, como recuerda el investigador canadiense Adrien Guyot, este sistema social se sigue caracterizando por “una jerarquización social basada en las nociones de raza y color, que por eso mismo lleva a la creación de neologismos como «etnoclase» para referirse a aquellas clases sociales cuyo principal criterio de pertenencia es la etnia” (2). En el aspecto económico la estructura de las llamadas Antillas “francesas” sigue siendo colonial. Es imprescindible tener en cuenta los contextos histórico, económico y geoestratégico para entender esta realidad colonial que se reproduce.

 

El genocidio de las personas autóctonas y la intensificación de la trata

 

Con la llegada de Cristóbal Colón empieza la violencia y después el genocidio de los pueblos autóctonos de las Antillas. La colonización por parte de los españoles de Haití en 1496, de Puerto-Rico en 1508, de Jamaica en 1509 y de Cuba en 1511 impone la dominación española sobre el conjunto de las Antillas Mayores. El resultado de esta dominación no tarda en aparecer: el exterminio de los pueblos autóctonos. “Solo en el caso de la isla de La Española, en la que desembarca Colón en su primer viaje, se cuentan 300.000 personas en 1492, 50.000 en 1510, 16.000 en 1530 y 1.000 en 1540” (3), recuerda el historiador Frédéric Dorel. En el caso de las Antillas Menores la resistencia de los pueblos autóctonos (los kalinas o kalinagos a quienes los colonizadores españoles llaman “indios caribes”) es tal que los españoles no logran implantarse (4). La colonización francesa que empieza en 1635 continúa el genocidio de los pueblos autóctonos iniciado por los españoles: “Los nuevos conquistadores emprenden la eliminación sistemática de los indios y la colonización de las Antillas Menores por medio de la trata africana” (5), resume Chantal Maignan–Claverie , especialista en las Antillas francesas.

La resistencia de los pueblos autóctonos tiene como respuesta e l proyecto de eliminar a los “caribes” como grupo social en su propia tierra. Para lograr ese objetivo se accionan tres palancas: el llamamiento a la trata para responder a la necesidad de mano de obra del capitalismo de plantación, la expulsión de las personas autóctonas de sus islas (así, en 1650 se expulsa a los “caribes” de Martinica) y la práctica sistemática de la violación de las mujeres autóctonas. “La violación de las mujeres por parte de los colonos se inscribía en una política de «depuración étnica» cuyo objetivo era hacer desaparecer a los caribes como grupo” (6), destaca el historiador Nicolas Rey. Por supuesto, la consecuencia inmediata del exterminio de las personas autóctonas fue una intensificación de la trata.

Como en otros lugares, los esclavos también ofrecieron resistencia. Esta resistencia adopta primero la forma de revueltas. Victor Schoelcher destaca estas revueltas recurrentes al argumentar su proyecto de abolición de la esclavitud. En respuesta a sus oponentes que afirman que los negros prefieren la servidumbre declara: “Entonces, ¿por qué tantas revueltas de esclavos por todas partes? […] Si los negros se felicitan tanto por su suerte, entonces, ¿por qué los colonos tiemblan sin cesar?” (7).  Al igual que en toda la región,   l a segunda forma de resistencia fue el “marronage*”, es decir, la huida de esclavos para constituir una sociedad paralela libre en las montañas de las colonias. Aunque el tamaño de las islas no permite que esta forma de revuelta adquiera la magnitud que adquirió en otros países del continente americano, contribuye con las insurrecciones a poner a la orden del día la cuestión de la abolición. A ojos de los cada vez más numerosos republicanos abolir la esclavitud es la única manera de salvaguardar las colonias y el capitalismo de plantación que las caracteriza.

 

El capitalismo de plantación

 

El capitalismo de plantación que permite la trata empieza con el cultivo de tabaco para reorientarse muy rápidamente hacia la caña de azúcar y la banana. En el mismo momento en que en Europa se abandona el trabajo servil a beneficio del trabajo asalariado, en las Antillas la esclavitud se convierte en la forma predominante de trabajo. Por consiguiente, el capitalismo de plantación se puede definir de la siguiente manera:

« Supone, por un aparte, la organización del trabajo de cientos de esclavos acuartelados o que viven en bohíos y trabajan en brigadas supervisadas por equipos de vigilantes para la producción extensiva de una planta única (la caña de azúcar) cuya transformación industrial (que siempre se efectúa en la propia plantación) da lugar a unos productos (esencialmente azúcar, melaza y ron) que se pueden revalorizar con beneficios en un mercado. Por consiguiente, implica por otra parte la inversión de importantes capitales […]. Por último, la plantación supone la existencia de un vasto mercado con precios remuneradores en las metrópolis europeas” (8) .

Así, desde el inicio del capitalismo de plantación la concentración de tierras en manos de latifundistas es una característica esencial de las economías antillanas. Esto se materializa en el ingenio azucarero, “centro motor de la economía colonial” (9). En Martinica, recuerda el historiador antillano Jean-Pierre Sainton, “una treintena de propietarios se repartían más del 43 % de las tierras” desde 1671 y “con cierto tiempo de retraso la evolución será similar en Guadalupe” (10). Varias decenas de familias blancas poseen la mayor parte de la tierra y controlan así el conjunto de la economía.

La abolición de la esclavitud no acabará con la concentración de tierras sino que, bien al contrario, la acentuará. La indemnización de los propietarios de esclavos cuando se produce la abolición contribuirá a esta reproducción y acentuación de la concentración de tierras. En efecto, la ley del 30 de abril de 1849 prevé que los amos reciban una indemnización de 470 francos y 20 céntimos por esclavo en Guadalupe y de 430 francos y 47 céntimos en Martinica. No se prevé indemnización alguna para los antiguos esclavo. “La restructuración postesclavista, en gran parte impulsada por el capital bancario, acentuará el grado de acaparamiento de los principales medios de producción por parte de la minoría oligárquica” (11), resume el investigador en ciencias políticas Alain Philippes Blérald. Aunque ambas colonias tienen en común la concentración de tierras, los procesos serán diferentes. En Martinica las grandes familias békés** de la industria azucarera siguen siendo propietarias de los grandes dominios, mientras que en Guadalupe el capital financiero toma el relevo. Las multinacionales Somdia, Grands Moulins, Shneider, etc., invierten masivamente en el capitalismo de plantación. Por supuesto, esta diferencia tiene efectos sobre la estructura de las tierras contemporánea.

 

El proyecto de una generalización de la autoexplotación en Guadalupe

 

En Guadalupe la crisis de la economía azucarera bajo el doble efecto del desarrollo del azúcar proveniente de la remolacha y de la competencia de nuevos países productores llevará a la retirada de estos grandes grupos en busca de inversiones más rentables. Así, la producción pasa de 175.000 toneladas en 1965 a 107.000 toneladas en 1975 y a 56.000 toneladas en 1981 (12). El Estado francés acompaña esta retirada comprando cerca de 11.000 hectáreas que se confían a una Sociedad de Ordenamiento Territorial y de Asentamiento Rural (SAFER, por sus siglas en francés). En estas tierras viven 3.300 agricultores, es decir, 1.000 obreros agrícolas y 2.300 explotadores que tienen un “contrato de arrendamiento de aparcería”, un estatuto heredado del periodo de la abolición, que el geógrafo Guy Lasserre define de la siguiente manera: “El propietario mantuvo el disfrute gratuito del bohío y del huerto a los esclavos que aceptaran permanecer en el dominio. Se atribuyó al colono en aparcería una parcela de una o dos hectáreas a cambio de entregar sus cañas [de azúcar] al propietario de la hacienda. El aparcero recibía por su trabajo el tercio o la mitad del valor de la producción” (13).

El nacimiento de la SAFER en 1965 se produce cuando el producción de caña de azúcar ha empezado a descender y cuando se llevan a cabo las movilizaciones de los asalariados agrícolas por un salario mejor por una parte y por el acceso a la tierra por otra. A partir de 1977 estas movilizaciones se radicalizan y adoptan la forma de una ocupación y explotación de las tierras desocupadas sin explotar. Este contexto es el que explica el proyecto de “reforma de la tierra” desde la década de 1960 pero que se acelera a partir de la de 1980. El sociólogo Christian Deverre resume de la siguiente manera el proyecto: “[Una] transferencia de la producción directa a explotaciones individuales, pero control de la comercialización final por parte de los antiguos grupos de propietarios de plantaciones , [una] sustitución del salario por el precio del mercado como forma de sumisión del trabajo agrícola […]. Este tipo de “reforma agraria” se basa en la hipótesis de la aceptación por parte del campesino de su autoexplotación y de la de su familia” (14).

Como vemos, se trata de un intento de generalizar la aparcería cuyo efecto es pasar de una explotación directa a una indirecta. Por supuesto, el discurso ideológico que lo acompaña es el de la “justicia social”. De hecho, como precisa Christian Lasserre, nos encontramos ante “la elusión del obstáculo que supone el aumento continuo de los costes salariales en los dominios capitalistas. Toda la organización de la redistribución de tierras tiende a mantener la producción de la caña de azúcar en las nuevas explotaciones, mientras que las fábricas siguen en manos de los grandes grupos azucareros y gestionadas por ellos” (15).

La COFEPP (Compagnie financière européenne de prise de participation), por ejemplo, es predominante en el control de la producción de caña de azúcar. La COFEPP, que es accionista mayoritaria con el 51 % de la SMRG (Sucrerie Rhumerie de Marie Galante), está controlada por la familia Cayard, unos békés de Martinica. En 2015 obtuvo unos beneficios de 23 millones de euros y controla el 80 % del ron de Guadalupe, pero también un 70 % del ron de Martinica y de La Reunión (16).

El cultivo de la banana, que se beneficia del descenso del de la caña de azúcar y que actualmente lo supera, también está dominado por grandes grupos industriales y financieros bajo la forma de la aparcería. Los grandes propietarios de plantaciones békés dominan el conjunto del sistema en un contexto de “connivencia entre el Estado y los propietarios de plantaciones békés […] denunciada en muchas ocasiones” (17). Estos grandes propietarios de plantaciones disponen, entre otras cosas, de unos medios para reaccionar de los que carecen los pequeños y medianos productores. Disponen “de un monopolio de hecho” que la economista Athanasia Bonneton resume de la siguiente manera: “ C uando el precio de la banana baja en el mercado metropolitano los grandes propietarios de plantaciones reducen la recolecta. En cambio, los pequeños y medianos propietarios de plantaciones prácticamente no pueden negarse a suministrar sus racimos [de bananas]” (13) .

 

El “gran feudalismo” béké en Martinica 

 

La concentración de tierras y el poder de las familias békés son aún mayores en Martinica. El capital local ha conservado en Martinica un predominio perdido en Guadalupe. Tomamos prestada la expresión “gran feudalismo” béké de André Breton, que la utiliza en 1942 para caracterizar a Eugène Aubéry, una de las figuras caricaturescas de las grades familias békés (19). El origen de esta diferencia respecto a Guadalupe es el resultado de la secuencia histórica de la Revolución francesa:

“ El destino de Guadalupe se separó del de Martinica durante el periodo revolucionario, en el curso del cual se desarrolló una secuencia de acontecimientos cuyo trascendencia simbólic a sigue siendo particula r mente notoria   hoy en día . En efecto, los propietarios de plantaciones de Martinica se refugiaron en el seno de Gran Bretaña, con lo que se libraron de la primera liberación de esclavos promulgada en 1794 en Guadalupe por el representante de la Convención Victor Hugues tra s reconquista r la isla de manos de los ingleses . En 1802 Bonaparte restableció la esclavitud en la isla a costa de una represión sangrienta de la resistencia de los antiguos esclavos convertido s en soldados de la República y dirigidos por algunos de sus oficiales . Pero la plantocracia local, diezmada durante los disturbios, se encontraba demasiado debilitada para absorber los acontecimientos posteriores del siglo XIX, a saber, la abolición definitiva de la esclavitud en 1848 y la concentración de tierras en torno a las fábricas centrales de la segunda mitad del siglo . Por lo que se refiere a Martinica, había conservado intactas las viejas estructuras anteriores a la Revolución, ya que los propietarios de plantaciones habían podido mantener su control sobre las tierras y garantizar la preeminencia del capital local, lo que garantizó la prolongación directa del sistema establecido en los orígenes” (20).  

Más de 75 años después de la cita de André Breton la situación sigue siendo en esencia la misma . El líder independentista Guy Cabort-Masson resumía así en 2002 el lugar que ocupan los bekés en la economía de Martinica: “¡Una casta que supone el 0,8 % de la población controla el 60 % de las tierras útiles, más del 15 % de la economía del país, mientras que las personas de color solo tienen aproximadamente el 10 % de esta economía atomizada en «empresas» que cuentan con una media de entre 1 y 2 empleados!” (21). Siete años después un reportaje del programa de televisión Spéciale Investigation titulado “Les derniers maîtres de la Martinique” [Los últimos amos de Martinica] ofrece las cifras siguientes: “Estas personas que representan el 1 % de la población de Martinica poseen el 52 % de las tierras agrícolas y el 20 % de la riqueza de la isla” (22).

El reparto de tierras y riquezas según un criterio de color lleva a una estructura social basada en la “jerarquía socio-racial” (23). El sociólogo Miche Giraud describe así la clase dominante en 1980 al esbozar una descripción de esta jerarquía: “[Está] constituida por propietarios latifundistas, dirigentes y los principales accionistas de las fábricas, grandes comerciantes, la inmensa mayoría de los cuales son blancos criollos reagrupados en grandes familias con mucha frecuencia aliadas entre sí. Estas últimas poseen más de dos terceras partes de las tierras cultivables, la casi totalidad de las fábricas de azúcar, nueve décimas partes de las plantaciones de banana, la totalidad de las fábricas conserveras de piña y también tienen el casi monopolio del comercio de importación-exportación” (24). Aunque estas cifras han variado ligeramente desde 1980, la estructura básica sigue siendo fundamentalmente la misma.

Esta estructura social en la que el color es el síntoma visible del lugar social solo es posible por medio de una profunda interiorización de un sentimiento de inferioridad. “En las Antillas la percepción siempre se sitúa en el plano de lo imaginario. Se percibe al prójimo en términos de blanco. […] Por consiguiente, el antillano está destinado a ser percibido por su congénere en referencia a la esencia del blanco” (25), analizaba ya en 1953 Frantz Fanon. “Las estructuras ideológicas heredadas del la esclavitud siguen estando grabadas en las memorias a pesar de la evolución vinculada al curso de la historia” (26), confirma la etnóloga Ulrike Zandle 61 años después. Estas estructuras siguen irrigando la cotidianidad de la Martinica imponiendo lo “blanco” como criterio de lo deseable y legítimo. Por supuesto, este proceso también existe tanto en Guadalupe como en otros lugares, pero su prevalencia en Guadalupe es notoria. Esta prevalencia es un resultado histórico que lleva a una correspondencia más fuerte que en otros lugares entre jerarquía social y jerarquía de color.

 

Persistencia del pacto colonial

 

El mantenimiento de un vínculo con la “metrópoli” que conserva todas las características de un “pacto colonial” reforzó aún más las desigualdades debido al color vinculadas a la concentración de tierras. Un documento oficial de 1861 define así la expresión “pacto colonial”: “En virtud de lo que se denominaba el pacto colonial, Francia se reservaba el derecho exclusivo de suministrar a sus colonias todos los objetos que necesitaban; se prohibía a las colonias vender sus productos a otros países que no fueran la metrópoli y elevarlos al estado de productos manufacturados; el transporte entre la metrópoli y las colonias estaba reservado a los buques franceses” (27). Oficialmente ya no existe este “pacto colonial” puesto que los actores económicos son libres de comerciar con quienes quieran. En la práctica, por el contrario, el pacto sigue siendo una realidad innegable en nuestra opinión

El primer principio que figura en esta definición, el monopolio del suministro, sigue siendo una realidad de las llamadas colonias “francesas” de las Antillas. Basta con echar una mirada a las importaciones para tomar la medida de la relación de dependencia. En 2016 la Francia del Hexágono suministró el 68,9 % del montante de las importaciones para Martinica y el 60,6 % para Guadalupe (28). Dado que el segundo socio son los demás países de la Unión Europea (con el 13 % para Guadalupe y el 14,8 % para Martinica), nos encontramos ante una socialización europea del pacto colonial. Las importaciones con los demás países del Caribe oscilan entre el 5 % o el 6 % según los años.

El segundo principio del pacto colonial, el monopolio de la metrópoli sobre las exportaciones, también continúa activado a día de hoy. Los destinos de las exportaciones revelan la misma dependencia que los de las importaciones. Los datos son los siguientes para Guadalupe: un 40 % a Francia; un 17, 7 % a Martinica y un 12 % al resto de la Unión Europea. En el caso de Martinica los datos son los siguientes: un 73,6 % a Francia y un 19 % a otras dos colonias francesas (Guadalupe y Guayana).

El tercer principio del pacto colonial, la especialización de las colonias en cultivos que pueden generar rentas y de la metrópoli en productos manufacturados, sigue igual de vivaz. La estructura de las exportaciones es prácticamente la misma para ambos países, lo que revela la naturaleza colonial de la relación con Francia: importan bienes de consumo no duraderos (productos alimentarios, farmacéuticos, etc.), bienes de inversión (productos de la industria automóvil, máquinas y equipamientos, etc.) y bienes intermedios (caucho, plástico, etc). Exportan productos agroalimentarios (bananas, cañas, etc.). Daniel Guérin resume así en 1956 esta dependencia económica: “En resumen, las Antillas sirven de mercados más o menos exclusivos para los artículos alimentarios y los productos fabricados metropolitanos que intercambian por su caña de azúcar y […] su banana” (29). Aparte de las variaciones de la cantidad de azúcar o banana en las exportaciones, nada ha cambiado verdaderamente.

La apuesta económica de las llamadas Anillas “francesas” no se limita al capitalismo de plantación. Al igual que en el caso de las colonias del Pacífico, la Zona Económica Exclusiva (47.000 kilómetros cuadrados para Martinica y 86.000 kilómetros cuadrados para Guadalupe) contiene nódulos polimetálicos explotables. A estas apuestas estrictamente económicas hay que añadir las geoestratégicas que el geógrafo François Taglioni resume de la siguiente manera:

El Caribe presenta , además, a través de los Departamentos Franceses de Ultramar (DOM, por sus siglas en francés), una sólida red de puntos de a p oy o . Fort-de-France alberga una estación repetidora para las transmisiones vía satélite . Guadalupe es una escala aérea que garantiza la independencia militar francesa . […] Por último, las fuerzas navales francesas, inglesas y neerlandesas afirman su presencia militar en la zona. P uede qu e l os nódulos polimetálicos que se pueden explotar (a unos costes que, en efecto, todavía son muy altos) en los fondos marinos representen en el futuro una riqueza no desdeñable (30) .

Esta lógica económica con 7.000 kilómetros de separación tiene, por supuesto, uno coste que pagan los pueblos guadalupeño y martiniqués. El último estudio del INSEE [siglas en francés de Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos] fechado en 2015 sobre la comparación entre los precios del Hexágono y los de las colonias de las Antillas pone en evidencia unas diferencias de precios “significativas”: el nivel general de los precios es un 12,3 % más alto en Martinica que en la metrópoli (un 12,5 % para Guadalupe). Esta diferencia proviene esencialmente de un tipo de artículo cuyo precio es difícil de reducir, los productos alimentarios, que indican un diferencial mucho más importante: un 38 % para Martinica y un 33 % para Guadalupe (31).

Pero el coste pagado no concierne solo al nivel de vida. Los guadalupeños y martiniqueses también pagan esta relación colonial en el plano de la salud. El uso excesivo de pesticidas, incluidos los de probada peligrosidad, es una característica de este modelo. Con la complicidad del Estado francés se han seguido utilizando de forma generalizada en Guadalupe y Martinica unos pesticidas prohibidos en Francia. El escándalo de la clordecona, un pesticida cancerígeno y mutágeno, lo ilustra dramáticamente. Se utilizó de forma generalizada en las llamadas Antillas “francesas” entre 1972 y 1993 cuando desde 1989 estaba prohibido en el Hexágono. En efecto, presionado por los grandes propietarios de plantaciones el Estado francés concedió una moratoria de tres años, a pesar de que ya se conocían los efectos sobre la salud: cáncer de próstata, pubertad precoz, prematuridad durante el embarazo, trastornos motrices y de la memoria visual, etc. La periodista del diario Le Monde Faustine Vincent resume así las consecuencias de esta dispensa mortífera:

“ La casi totalidad de los guadalupeños y martiniqueses están contaminados por este pesticida ultratóxico utilizado de forma generalizada desde 1972 hasta 1993 en las plantaciones de bananas. Es una situación única en el mundo . […] L a s Antill a s están contaminadas para siglos porque la molécula es muy persistente en el medioambiente, hasta setecientos años . A partir d e principios de la década de 2000 se descubrió que la clordecona, que pasa a la cadena alimentaria, no solo había contaminado los suelos sino también los ríos, una parte del litoral marítimo, el ganado, las aves, los peces, los crustáceos, los tubérculos…y a la propia población . Casi la totalidad de los 800.000 habitantes de Guadalupe ( el 95 %) y de Martinica ( el 92 %) están contaminados actualmente (32).

Prohibir en el Hexágono y autorizar en las Antillas es un buen ejemplo de un trato de excepción, que es una de las características esenciales del colonialismo. El desprecio por la salud de los indígenas que revelan los pesticidas es del mismo tipo que el que desprecio que revelan las pruebas nucleares en Polinesia.

 

Los entresijos de una deportación de la juventud  

 

El modelo colonial de desarrollo crea lógicamente una “desproporción entre la población y los recursos que el sistema económico actual pone a su disposición” destacaba en 1956 Daniel Guérin (33). Se desarrolla entonces toda una literatura para explicar esta “presión demográfica” y proponer soluciones. Generalmente las explicaciones son esencialistas y las soluciones están orientadas hacia el malthusianismo. Así, se buscan las causas en la cultura antillana y se da preferencia a la solución del control de la natalidad. Ahora bien, desde hace tiempo se sabe que uno de los factores determinantes de la fecundidad está en las condiciones materiales de existencia.

Hay que inscribir la inquietud por la fecundidad antillana en el contexto de las décadas de 1950 y 1960 que inaugura unas profundas transformaciones en las llamadas Antillas “francesas”. La primera de estas transformaciones es el sacudirse el complejo de inferioridad que resumen los escritos de Aimé Césaire. En 1955 Frantz Fanon describió así este proceso de reafirmación de uno mismo: “Por primera vez se verá a un profesor de liceo, por lo tanto, un hombre aparentemente digno, decir simplemente a la sociedad antillana «que es hermoso y bueno ser negro». […] Así pues, el antillano cambió sus valores después de 1945. Mientras que antes de 1939 tenía los ojos fijos en la Europa blanca […] en 1945 se descubre a sí mismo no solo de color negro sino una persona negra y es hacia la lejana África hacia donde lanzará sus pseudópodos a partir de entonces” (34).

Durante la década de 1950 África está en plena efervescencia anticolonial con una guerra de Argelia que rápidamente se convierte en un elemento fundamental en el posicionamiento político de los militantes africanos. Al estudiar la identidad antillana en 1979 el sociólogo Jean-Pierre Jardel resume de la siguiente manera las conmociones de estas dos décadas:

Desde hace aproximadamente dos décadas se producen rápidos cambios en diferentes ámbitos de la realidad sociocultural de las Antillas francesas . Los discursos pronunciados por los políticos, las ideas difundidas por los escritores de la negritud, la autonomía o independencia adquirida por varias islas del archipiélago   caribeño hicieron comprender a un amplio sector de la población que existía una entidad antillana con sus propios valores frente a los valores de la metrópoli europea . Por consiguiente, estamos ante una fase de reajuste de las normas y, por lo tanto, de una situación conflictiva generalizada (35) .

Los disturbios de Fort de France el 20 de diciembre de 1959 y los de Lamentin en marzo de 1961 suenan a las autoridades francesas como una advertencia. De esta época data el fomento de la emigración de la juventud de las llamadas Antillas “francesas” a la metrópoli que se sistematizará tres años después por medio de la creación en 1963 del BUMIDOM (siglas en francés de Oficina para el Desarrollo de las Migraciones en los Departamentos de Ultramar). De 1963 a 1982 esta oficina utiliza todo un despliegue de diferentes medios y promesas (de formación, alojamiento, empleo, salarios elevados, etc) para empujar al exilio a toda una juventud con el fin de desactivar una crisis social y política latente. El periodista y escritor guadalupeño Hugues Pagesy ofrece la siguiente lectura de la acción de la BUMIDOM en la contraportada de la obra que le consagra:

¿ Acaso no sirvió para nada la trata negrera si 115 años después de la abolición de la esclavitud un organismo del Estado que responde al nombre de BUMIDOM […] estable ce un sistema para vaciar La Reunión, Guadalupe y Martinica de toda una parte de su juventud? Con el pretexto de luchar contra la falta de actividad de afecta a estas regiones la BUMIDOM va a organizar una deportación de estos jóvenes a Francia, una deportación que algunas personas denunciarán que es un verdadero genocidio por sustitución . […] El Imperio que pierde poco a poco una buena parte de sus territorios quiere amordazar los de Ultramar. Los pretextos que se mencionan son su demografía galopante y un paro endémico (36).

En total casi 260.000 personas van a emigrar al Hexágono bajo el efecto directo o indirecto de la BUMIDOM, de las cuales 42.622 son martiniqueñas y 42.689 guadalupeñas (37): una auténtica sangría de la juventud teniendo en cuenta las dimensiones de la población y la edad de las personas concernidas. Aimé Césaire califica esta política en la Asamblea Nacional de “genocidio por sustitución” y la delegación guadalupeña en la Tricontinental de La Habana en enero de 1966 (Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina) denuncia “la política colonial del gobierno francés en Guadalupe, sobre todo la expatriación de la juventud” (38).

 

Disipar los malentendidos” sobre la cuestión nacional

 

“Ha llegado la hora de clarificar los problemas y de disipar los malentendidos”, con estas palabras concluye Frantz Fanon el artículo que citábamos antes dedicado a los disturbios de Fort de France del 20 de diciembre de 1959. Para él esta revuelta indica una mutación en el proceso de emergencia de una conciencia nacional antillana. Este proceso es complejo debido a las especificidades de la colonización en las Antillas: una colonización con varios siglos de antigüedad, genocidio de los pueblos autóctonos, heterogeneidad de poblamiento vinculada a la esclavitud y a las migraciones suscitadas por el colonizador, magnitud del proceso de asimilación vinculada a la violencia esclavista inicial y después debido a la duración de varios siglos de la dominación, historia específica de cada isla, etc.

El conjunto de estos factores explica el episodio de 1946 en el que “grandes masas de antillanos”, recuerda Aimé Césaire, aprobaron la departamentalización, es decir, votaron a favor de seguir siendo franceses. El propio Césaire apoyó está opción debido al peligro que supone la proximidad con Estados Unidos: “Otra opción más grave todavía es la existencia al lado de las Antillas de un vecino cuyo poder y apetito son de sobra conocidos” (39). Al estar atrapados entre ambas dominaciones, los antillanos consideraron que en el contexto de la época la única vía posible era obtener una igualdad mayor en el marco francés, añadía Aimé Césaire (40).

Cuando Césaire hace este balance de la Ley de 1946 (en 1956), los pueblos de las llamadas Antillas “francesas” han experimentado el impasse del asimilacionismo. Aunque son innegables las especificidades en el proceso de concienciación nacional, también es innegable que este proceso se acelera rápidamente en ambas colonias.

En Martinica el proceso se traduce en la creación de la OJAM (siglas en francés de Organización de Juventud Anticolonialista de Martinica) que inaugura su actividad política el 23 de diciembre de 1962 colocando pancartas inmensas en las paredes de todos los edificios públicos de la isla con la consigna “Martinica para los martiniqueños”. Se ha roto un tabú. Por primera vez una organización reivindica abiertamente la independencia. Al mismo tiempo se pega en las paredes un “Manifiesto de la OJAM” que proclama:

“ Que Martini ca es una colonia, bajo la máscara hipócrita de departamento francés, como lo era Argelia, porque está dominada por Francia en el plano económico, social, cultural y político . […] En consecuencia, la OJAM […] p roclam a el derecho de los martiniqueños a dirigir sus propios asuntos . Pide a los guadalupeños, a los guayaneses, que aúnen más que nunca sus esfuerzos en la liberación de su país por un futuro común

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