“Iraq, Siria, República Centroafricana, Sahel, las operaciones militares exteriores (OPEX) se han convertido en un componente estructural de la actividad operacional de los ejércitos, en particular del ejército de tierra”. Así es como la página web oficial del gobierno [francés] “Vie publique” califica las intervenciones militares francesas en el extranjero.
El calificativo de “estructural” es particularmente pertinente para África, que desde las independencias ha sido el escenario de casi 60 intervenciones militares francesas en las que Francia ha estado implicada. También refleja el lugar fundamental de lo militar en las relaciones que se establecen durante las independencias entre la antigua potencia colonial y los nuevos Estados independientes.
Como la zanahoria de la “cooperación” no basta para garantizar la perpetuidad del vínculo de dependencia, el palo sigue siendo “un componente estructural” para la defensa de los intereses franceses en África. El palo de las OPEX sirve de chantaje y de persuasión para quienes se vieran tentados por una política más conforme a los intereses de los pueblos africanos por una parte y de herramienta de limpieza para quienes han osado desviarse del camino correcto francés.
Los acuerdos especiales como acta de nacimiento
Todos los acuerdos de cooperación firmados en el momento de la descolonización incluyen un apartado militar titulado “acuerdos de defensa”. Estos acuerdos constituyen un pilar del proceso de descolonización neocolonial iniciado por el general De Gaulle. El que fuera responsable desde 1958 a 1968 del sector África del Servicio de Documentación Exterior y Contraespionaje (SDECE, por sus siglas en francés) Maurice Robert recuerda así las modalidades de preparación de las independencias de la década de 1960 en el África Subsahariana:
“Yo tenía que evaluar la importancia de los movimientos independentistas y su impacto en las poblaciones, vigilar las injerencias extranjeras y la ayuda que se daba a la subversión (recuerdo que estábamos en plena Guerra Fría), identificar a las personas africanas susceptibles de desempeñar un papel político en su país distinguiendo a quienes eran favorables a Francia a fin de establecer rápidamente relaciones de confianza con ellas e identificar también a quienes nos eran hostiles a fin de anticipar y prevenir los peligros de desestabilización que podían suponer. Tenía que evitar que las autoridades francesas se vieran sorprendidas por acontecimientos que pudieran comprometer nuestros intereses políticos y económicos, y estar al acecho de cualquier oportunidad que pudiera reforzar y desarrollar nuestra influencia» (1).
Una vez instalados en el poder los jefes de Estado “favorables a Francia”, había que protegerlos. Los “acuerdos de defensa” son la herramienta principal de esta protección. Como todos los acuerdos de defensa están concebidos según el mismo esquema, se pueden observar cinco constantes: la formación por parte de Francia de cuadros militares africanos, el monopolio por parte de la antigua potencia colonial del suministro de armas, prioridad de París en el acceso a las materias primas estratégicas (hidrocarburos líquidos o gaseosos, uranio, torio, litio, berilio, helio, etc.), derecho a instalar bases militares y derecho a recurrir a las fuerzas armadas francesas para la defensa exterior o interior.
La quinta constante es claramente la contrapartida francesa a las cuatro primeras que no son sino facilidades concedidas a los ejércitos franceses. Además, hay que señalar otras facilidades en estos acuerdos de principios de la década de 1960 como, por ejemplo, la inmunidad de los militares franceses respecto a la legislación nacional. Las condiciones de esta posibilidad de recurrir al ejército francés se remiten a unos “acuerdos especiales” que no se hacen públicos. El Artículo 2 de uno de estos acuerdos precisa: “La República de Costa de Marfil, la República de Dahomey y la República de Níger tienen la responsabilidad de su defensa interior y exterior. Pueden pedir a la República Francesa ayuda en unas condiciones definidas por unos acuerdos especiales” (2). El secreto de los “acuerdos especiales” no es ilegal gracias al Decreto 53.192 del 14 de marzo de 1953 que precisa en su Artículo 3: “Las convenciones, acuerdos, protocolos o reglamentos […] que por medio de su aplicación puedan afectar a los derechos u obligaciones de los particulares se deben publicar en el Diario Oficial de la República Francesa” (3). Por consiguiente, la obligación de hacerlos públicos solo concierne a los acuerdos que puedan afectar a los derechos y obligaciones de personas francesas. La fórmula es lo suficientemente amplia como para justificar legalmente todos los secretos que se quiera. La expresión “acuerdos especiales” no es más que una traducción eufemística de “acuerdos secretos”. Para terminar de hablar de estos acuerdos secretos recordemos que no son la excepción sino la regla. Un informe destinado a la Asamblea Nacional sobre las “operaciones exteriores” (4) fechado en 2000 precisa que solo se publicaron el Diario Oficial 39 de los 90 acuerdos en vigor.
El hecho de poner en el mismo plano la “seguridad exterior” y la “seguridad interior” es revelador de uno de los verdaderos objetivos de estos acuerdos: la protección de los regímenes amigos contra sus pueblos. El coronel marroquí Abderrahmane M’Zali resume así las consecuencias de esta confusión voluntaria entre “exterior” e “interior”:
“En lo que concierne […] a los acuerdos de defensa, es difícil definirlos en la medida en que se basan en una confusión mantenida deliberadamente por las partes entre seguridad interna y seguridad externa en África. En ese sentido, la misión de Francia corre peligro de acabar en la defensa del Estado africano socio por medio de la represión de la oposición a los regímenes políticos establecidos en África desde el momento en que las autoridades francesas consideren que esta represión presenta ventajas para sus propios intereses” (5).
En febrero de 2008 Sarkozy reconocía explícitamente esta función y este objetivo de los acuerdos. Con ocasión de la petición francesa de revisar los acuerdos (que eran de una duración de cinco años renovables por acuerdo tácito) sobre la que volveremos, declara: “Ya no se puede concebir, por ejemplo, que el ejército francés se vea envuelto en conflictos internos. Contrariamente a la práctica pasada, […] todos los acuerdos de defensa entre Francia y los países africanos se publicarán íntegramente” (6). Su consejero Rémi Marechaux es más preciso y añade: “Los acuerdos con Camerún y Gabón contienen unas disposiciones absurdas que obligan a Francia, previa solicitud, a intervenir en caso de disturbios en estos países” (7). Como de costumbre, la confesión acerca del pasado se hace a la vez que una promesa de cambio que enseguida se olvida.
Destaquemos, por último, la gran variabilidad que tiene para el gobierno francés la “petición de ayuda” que supuestamente desencadena la intervención militar francesa. Algunas “peticiones” no han ido seguidas de ninguna intervención francesa y, a la inversa, algunas intervenciones se decidieron en París sin que hubiera petición alguna de un Estado africano. El historiador camerunés Sango Muledi (este nombre es un pseudónimo de Jean-Philippe Guiffo) ilustra así estas interpretaciones de geometría variable:
“En la práctica Francia interviene militarmente en África cuando sus intereses le exigen hacerlo, haya sido solicitado o no por alguno de sus «clientes». Invitada expresamente por el presidente de Congo (Fulbert Youlou) a intervenir en Brazzaville en 1963, se abstuvo de hacerlo y la revuelta barrió al régimen de Abbé Youlou como una brizna de paja. Al año siguiente en Libreville (Gabón) no hubo llamamiento alguno procedente de las autoridades legales del país (que se encontraban en la imposibilidad material de hacerlo) y, sin embargo, París envió a sus legiones de paracaidistas a Libreville y ahogó así en sangre un golpe de Estado que hasta entonces no había provocado ningún muerto (francés o gabonés). Del mismo modo en Bangui, en 1979, el jefe de Estado francés decidió por propia iniciativa derrocar el régimen del emperador Bokassa I… En otras palabras, como en tiempos del régimen colonial directo, el interés de Francia sigue siendo, en el caso de los nuevos protectorados del África negra, el factor determinante del que depende la seguridad interior y exterior de los miembros del nuevo imperio francés de África” (8).
El autor sabe de qué habla ya que su país había sido escenario de una larga guerra contra la Union des Populations du Cameroun [Unión de las Poblaciones de Camerún, UPC] que se desencadenó antes de la independencia y continuó hasta 1971: “Una guerra colonial y después neocolonial que causó decenas de miles de muertos, quizá más”, resumen los autores del libro Kamerun! Une guerre cachée aux origines de la Françafrique (9).
El subcontratista de la Guerra Fría en África (1960-1990)
Al hacer el recuento de las intervenciones militares francesas en el África subsahariana desde las independencias hasta principios de la década de 1990 el periodista Jean Chatain cuenta “unas cincuenta” y precisa que la lista no solo “no es exhaustiva, sino que además deja de lado las intervenciones «oficiosas», las llevadas a cabo por mercenarios del estilo de Bob Denard y no por soldados de uniforme” (10). La lista de los países concernidos refleja este activismo militar: Camerún, Gabón, Congo, Chad, Mauritania, Senegal, Níger, Yibuti, Zaire, República Centroafricana, Togo, Ruanda.
Semejante activismo solo se entiende situándolo en el contexto del final de la Segunda Guerra Mundial y de su relación de fuerzas. El historiador Frédéric Bozo resume así la posición francesa al salir del conflicto: “Según los criterios clásicos de potencia, al acabar la Segunda Guerra Mundial Francia ya no es verdaderamente una. Su economía se ha reducido a la mitad respecto a antes de la guerra, sus infraestructuras están devastadas, su demografía profundamente dañada debido al coste humano del conflicto. […] Sobre todo, en 1944-1945 la potencia francesa está hipotecada por el drama de la derrota de mayo-junio de 1940” (11). Completemos esta afirmación destacando que Estados Unidos no duda en resaltar su historia para presentarse como anticolonialista en una estrategia que trata de aprovecharse del debilitamiento de las potencias coloniales europeas para asentarse en África y Asia (12).
El inicio de la Guerra Fría en 1947 supone una auténtica oportunidad para el colonialismo francés. El discurso del nuevo presidente Harry Truman el 12 de marzo de 1947 describe la nueva estrategia estadounidense que se resume en una palabra: la “contención” (containment) del “avance comunista” a escala internacional. “Ha llegado el momento de situar a Estados Unidos en el campo del mundo libre y a la cabeza de este” (13), anuncia Truman. La creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949 marca este giro en el que la oposición a la URSSS se convierte en la prioridad de Estados Unidos. La participación francesa en la OTAN permite a Francia salvar su imperio con la bendición estadounidense a cambio de una subcontratación de la Guerra Fría en su “dominio de influencia”. La minuciosa preparación de las independencias por parte de los servicios parisinos llevó al mantenimiento y refuerzo de las lógicas de subcontratación y de dominio de influencia. La subcontratación francesa se amplia incluso más allá de su antiguo imperio colonial (Congo Kinshasa, Ruanda, Biafra). El economista y geógrafo François Bost resume de la siguiente manera la transición a las independencias:
“Las independencias no fueron fatales para la influencia de Francia en sus antiguas colonias. La transición postcolonial se efectuó en la continuidad, con la notable excepción de Guinea que prefirió consumar la ruptura en 1958. […] En el plano geopolítico Francia […] se esforzó por conservar sus posiciones sin dudar en injerirse en la vida política de estos países para favorecer en ellos el mantenimiento de dirigentes favorables a sus intereses. […] Ámbito reservado del presidente francés, desde De Gaulle a Sarkozy, el dominio de influencia es objeto desde hace cincuenta años de un seguimiento particular por medio de la célula africana del Elíseo y de hombres en la sombra y de confianza, des de Jacques Foccart a Robert Bourgi” (14).
Los motivos oficiales de las intervenciones militares francesas son de tres tipos: “Restablecer el orden constitucional después de intentos de golpe de Estado (por ejemplo, en Senegal en 1962, Togo en 1986, Comoras en 1989, etc.), “Proteger y evacuar a los ciudadanos franceses” (por ejemplo, Zaire en 1978 y 1991, Gabón en 1980, Ruanda en 1990 y 1993, etc.) y “Reaccionar ante una rebelión o una agresión exterior” (Chad en 1968, 1972, 1978 y 86, Somalia desde 1992 a 1994, etc.). Por supuesto, otros motivos acompañan la justificación de las intervenciones militares francesas y en particular el argumento humanitario cada vez más frecuentemente. Junto a estas intervenciones militares, para prepararlas o terminarlas, Francia se apoya en sus servicios secretos y en redes de mercenarios (15). La figura de Foccart resume este lugar particular de las intervenciones secretas: “[Foccart] reina en un mundo ilegal en el que se mezclan altos funcionarios del Estado, barbouzes*, capos del hampa y aventureros paramilitares” (16), resume el periodista Bruno Boudiguet.
La gran cantidad de intervenciones supone poseer una red de bases militares que permita intervenir inmediatamente en el conjunto del continente. Los acuerdos de defensa prevén el estatuto de estas bases, es decir, de verdaderos enclaves franceses fuera del control del país de acogida. Por consiguiente, la lógica es la de la guarnición permanente en Estados considerados estratégicos para intervenir en toda una subregión. El Observatoire des transferts d’armement [Observatorio de Transferencias de Armamentos] describe así la situación creada por los acuerdos de defensa de la década de 1960: “Los acuerdos de defensa prevén ayuda y asistencia de Francia en caso de disturbios internos. También autorizan el estacionamiento de varios miles de militares franceses (entre 5.000 y 8.000) en seis bases” (17). El historiador Jean-Pierre Bat, por su parte, resume de la siguiente manera el dispositivo estratégico militar francés en África:
“La red militar francesa en el continente está garantizada por la red heredada de la geografía colonial y optimizada aprovechando las independencias. Tres Zonas Militares de Ultramar (ZOM, por sus siglas en francés) constituyen las «regiones» militares. Cada una está dotada de un Estado Mayor: Dakar para la antigua AOF [África Occidental Francesa], Brazzaville para la antigua AEF [África Ecuatorial Francesa] (hasta 1964, fecha en la que el dispositivo se repliega a Libreville) y Tananarive para Madagascar (hasta 1973 y funciona como una torre de control sobre el océano Índico). La red local está compuesta por bases militares como Dakar, Port-Bouët, Bangui, Bouar, Brazzaville, Libreville, Fort-Lamy o Yibuti […]. Sin embargo, la presencia militar francesa tiene que ser importante para ser capa z de actuar en cualquier parte del dominio de influencia como garantía de la autoridad francesa, una especie de hermano mayor protector respecto a las nuevas Repúblicas” (18).
Las intervenciones militares francesas del periodo todavía está teñidas de las ideologías que guiaron las guerras coloniales. La guerra que se llevó a cabo en Camerún contra el UPC, que empezó antes de la “independencia” y siguió más de una década después de esta, es un símbolo de esta continuidad. En términos más generales, tanto los cuadros militares y soldados como los mercenarios y barbouzes fueron socializados en el seno del ejército colonial y por la experiencia de las dos guerras sangrientas sucesivas de Indochina y Argelia. Heredan sus teorías y prácticas militares, sus reflejos y “saber hacer”, sus representaciones del enemigo y sus métodos. “Todavía hoy”, escribe el periodista Jean Chatain en 2012, “si uno tiene la ocasión de hablar con un militar «preposicionado» en Chad o Yibuti en seguida se dará cuenta de que inmediatamente surgen en sus palabras el espíritu y las mitologías del ejército colonial”. Ilustra su afirmación recordando que los oficiales de las tropas francesas en Ruanda bautizaron las colonias de su zona “Gabrielle”, “Isabelle” o “Dominique”, como en Dien Bien Phu (19).
El cuadro de este periodo del militarismo francés también incluye la venta de armas puesto que durante la Guerra Fría Francia se convierte en el tercer exportador mundial. La progresión de la exportación de armas francesas es impresionante. Estas son las cifras concernientes a este periodo, que tomamos prestadas del historiador Jacques Frémeaux: el volumen de negocios pasa de 3.000 millones de francos en 1971 a 34.000 millones en 1987, lo que tras corregir la inflación equivale a cuadruplicarlo; el porcentaje de las exportaciones respecto al conjunto de la producción pasa del 19 % en 1970 al 42 % en 1986 (20). Los datos disponibles destacan el papel marginal que desempeña África en el panorama de las exportaciones de armas centrado en los destinos esenciales que son Oriente Próximo y América Latina. “Las exportaciones al África negra solo representan el 3 % o 4 % del total del comercio de armas de Francia” (21), recuerda el sociólogo Robin Luckham en 1982.
No obstante, conviene completar estas cifras con las exportaciones a Sudáfrica y Portugal, que no aparecen en los datos concernientes al África subsahariana. Por lo que se refiere a Sudáfrica, una parte importante de las armas se coproduce bajo licencia francesa, por lo que no aparece en los datos concernientes a la exportación: “Entre 1963 […] y 1977 (cuando Francia puso fin a sus exportaciones) Francia fue uno de los principales suministradores de armas a Sudáfrica. […] Además, Francia transfería a este país su tecnología militar, en algunos casos por medio del desarrollo en común de armas como el misil Cactus, en otros casos por medio de la venta de la licencia de producción, sobre todo para el bombardero Mirage F1, que entonces era el avión francés más sofisticado” (22), destaca Robin Luckham. Por medio de estas exportaciones oficiales hasta 1977 y después por medio de la coproducción las armas francesas contribuyeron a prolongar el apartheid.
También hay que integrar en las exportaciones a África las de armas francesas a Portugal en la medida en que casi todas estas armas se destinan a las guerras coloniales portuguesas en Angola, Mozambique y Guinea Bissau. A pesar del embargo de venta de armas a Portugal decretado por las Naciones Unidas desde 1963, las armas francesas siguen alimentando las sucias guerras coloniales portuguesas. La adhesión común a la OTAN permite ocultar estas exportaciones de armamentos denunciadas regularmente por los movimientos de liberación nacional de las colonias portuguesas e incluso en el recinto de las Naciones Unidas. “El ejército portugués se beneficia de una ayuda importante y de los consejos del ejército francés. […] Los helicópteros franceses en servicio en las colonias portuguesa se cuentan por decenas. Sudáfrica ha comprado cuarenta y cinco [bombarderos] Mirage, que se han utilizado, entre otras cosas, como apoyo logístico del ejército portugués en Mozambique” (23), denuncia Sally N’Dongo, uno de los fundadores de la Union générale des travailleurs sénégalais en France (UGTSF) en una obra titulada Néocolonialisme et coopération que merecería ser reeditada dado que continúa siendo muy actual. Los ejércitos franceses también contribuyeron a alargar las guerras coloniales portuguesas.
La proyección del después de la Guerra Fría (1990-2008)
El final de la Guerra Fría cambia considerablemente la situación en África y obliga a Francia a cambiar su estrategia neocolonial en el continente. En el plano monetario el resultado será la devaluación del franco CFA. En el plano comercial llega el momento de los Acuerdos de Asociación Económica (AAE) ultraliberales. En el plano militar el cambio de estrategia adoptará el nombre de RECAMP (siglas en francés de Refuerzo de las Capacidades Africanas de Mantenimiento de la Paz) iniciado en 1994. El “libro blanco de la defensa” presenta así las razones esgrimidas para justificar el cambio de estrategia militar: “El final de la división del mundo en dos bloques antagonistas modifica, sin embargo, nuestra percepción de algunos de ellos. La acción de Francia en África, por ejemplo, corresponde más a una apreciación de sus responsabilidades internacionales en una zona en la que puede ejercer su influencia que a preocupaciones de orden estratégico” (24).
La tesis de un descenso del interés estratégico de África empieza su larga existencia para justificar el mantenimiento de una presencia militar permanente a pesar de la desaparición de la “amenaza soviética”. Según esta tesis, ni los intereses económicos ni los motivos geoestratégicos motivan el mantenimiento de las bases militares por una parte y la necesidad de intervenciones militares francesas por otra. Lo que se esgrime ahora como únicas motivaciones es el altruismo y la defensa de los derechos humanos. “Francia no necesita económicamente a África” (25), resumirá Nicolas Sarkozy en Bamako en 2006. El libro blanco de 1994 aborda varias veces el carácter altruista de la presencia militar francesa: “Comprometida con los valores de la democracia, Francia tiene tanto más la ambición de promoverlos y, en caso necesario, de defenderlos cuanto que en su opinión son la garantía de la estabilidad y la seguridad internacionales” (26). A partir de este periodo todos los gobiernos desde Mitterrand a Macron pretenderán querer abrir un nuevo periodo en las relaciones franco-africanas que rompa con Françafrique**, su parternalismo, sus redes y sus acuerdos secretos.
La supuesta disminución de los intereses estratégicos del continente no tiene ningún fundamento objetivo. Recordemos que el libro blanco se publica el mismo año que el genocidio de Ruanda (27) en el que está implicado el ejército francés. Es cierto que Ruanda no posee grandes riquezas minerales, pero su proximidad con “el escándalo geológico” del vecino Congo basta para poner de relieve los retos económicos de este crimen contra la humanidad. Además, el final de la Guerra Fría marca la vuelta de un activismo estadounidense en África en clara competencia económica con Europa y Francia en particular:
“La actual fiebre estadounidense por África empieza a principios de la década de 1990. Se caracteriza sobre todo por una vasta ofensiva diplomática que hacen visible las giras africanas de importantes personalidades del gobierno Clinton . […] Desde principios de la década de 1990, liberado de las constricciones de la bipolaridad […], Estados Unidos ha ido elaborando progresivamente un cuadro propicio para la aparición de un enfoque más activo de su diplomacia respecto a esta parte del mundo, con lo que a menudo entra en colisión con los intereses franceses” (28).
Si añadimos la multiplicación de descubrimientos de petróleo en el continente, sobre todo en el mar y en particular en el Golfo de Guinea, resulta absurda la idea de una ausencia de interés estratégico. Algunas cifras bastan para ilustrarla: las reservas africanas de hidrocarburos se calculan en 80.000 millones de barriles (esto es, el 8 % de la producción mundial); el Golfo de Guinea cuenta con 24.000 millones de estas reservas; las previsiones para 2020 son de 750.000 barriles al día para Guinea Ecuatorial, 3.3 millones para Angola y 4.4 millones para Nigeria (29).
La nueva estrategia militar establecida por RECAMP se centra en el concepto de proyección. El objetivo declarado es la africanización de las operaciones de mantenimiento de la paz por medio de la formación, el adiestramiento y el equipamiento de batallones africanos capaces de tomar el relevo tras una intervención militar francesa (europea, internacional) o de intervenir conjuntamente. Estos batallones están respaldados por algunas bases militares francesas de número reducido pero capaces de proyectarse en el conjunto del continente.
La estructura de RECAMP se precisará progresivamente por medio de dos “libros blancos para la defensa y la seguridad nacional” en 2008 y 2013. El libro de 2008 constata sucesivamente que “el mundo ha cambiado radicalmente” desde 1994, “que la globalización estructura ahora el conjunto de las relaciones internacionales”, que “la distribución de la potencia se modifica a beneficio de Asia”, que “las relaciones de fuerza entre Estados han recuperado todo su lugar en la relaciones internacionales”, “una tensión cada vez mayor sobre los aprovisionamientos estratégicos” y “el aumento de la competencia con las potencias emergentes” (30). Por lo que se refiere a África, ya no se puede negar su dimensión estratégica. Al contrario, el informe destaca “la abundancia de materias primas estratégicas y de recursos energéticos” que constituyen “unas riquezas vitales para la economía mundial”. Insiste en “la expansión e influencia cada vez mayores de los países de Oriente Próximo y Asia en África, atraídos por los recursos y el potencial africanos” y en la penetración china “a veces en detrimento de la acción del FMI y el Banco Mundial, que tratan de vincular la ayuda a la gobernanza” (31), para concluir que “África ocupará la primera fila de nuestra estrategia de prevención para los próximos quince años […]” (32). Se anuncia la refundición de los acuerdos de defensa para hacerlos evolucionar hacia “una asociación de defensa y de seguridad”. Por último, se fijan la reorganización y objetivos siguientes:
“[Francia] debe ser capaz de reorganizar y concentrar rápidamente su acción para actuar eficazmente […]. Por consiguiente, Francia procederá a la conversión progresiva de sus antiguas implantaciones en África reorganizando a largo plazo sus medios en torno a dos polos con una dominante logística, de cooperación y de instrucción, uno para cada fachada, atlántica y oriental, del continente, al tiempo que preserva una capacidad de intervención en la zona del Sahel. Se trata de concentrar nuestro s medios al tiempo que se mantiene nuestra presencia ahí donde sea deseada y una cobertura estratégica de las zonas de prevención y acción . Se concederá una importancia cada vez mayor a los medios de vigilancia aérea y marítima a partir de estos puntos de apoyo” (33).
Un consejo de defensa celebrado en febrero fija así los objetivos cuantitativos: reducción de los efectivos permanentes en África a 6.500 militares en 2011 y a 4.100 en 2014, establecimiento de dos bases operacionales avanzadas de Yibuti y Libreville, instalación de dos polos operacionales de cooperación que sirvan de punto de apoyo logístico en Dakar y Yamena, y utilización de la base de Abu Dabi como apoyo logístico (34). Como se puede constatar, Francia mantiene una capacidad de intervención militar rápida en el conjunto del continente y sigue siendo el país que mantiene de forma permanente la mayor cantidad de militares en África. Además, a estas fuerzas hay que añadir las dos bases de Mayotte y La Reunión y “sobre todo, ciertas operaciones exteriores (OPEX) en principio provisionales que en realidad aseguran una presencia permanente”, señala pertinentemente un documento de la asociación Survie (35).
Con semejante arsenal no resulta sorprendente que la cantidad de intervenciones militares francesas no haya disminuido durante ese periodo. El periodista Jean Chatain observa doce intervenciones entre 1990 y 2008 al tiempo que destaca los mismos efectos de subestimación que su evaluación cuantitativa del periodo precedente antes citado. De Congo a Yibuti pasando por Somalia, Ruanda, las Comoras, República Centroafricana, Yibuti o Chad, el ejército francés está presente para asegurar el orden neocolonial.
El revoque de fachada de los acuerdos de defensa (2008-2018)
El libro blanco de 2008 anuncia la renegociación de los acuerdos de defensa. El de 2013 puede anunciar que se ha realizado el trabajo: “Ocho acuerdos de asociación de defensa (Camerún, República Centroafricana, las Comoras, Costa de Marfil, Yibuti, Gabón, Senegal, Togo) y dieciséis acuerdos técnicos de cooperación acompañan a los Estados africanos en la apropiación y control de su seguridad. Estos acuerdos ofrecen además a nuestras fuerzas armadas unas facilidades de anticipación y de reacción. En lo esencial se inscriben en la misma lógica y en la continuidad de su predecesor” (36).
Como los precedentes, los nuevos acuerdos se elaboran según el mismo patrón. El contenido también es idéntico y se puede reducir a algunos principios clave: los acuerdos se presentan como inscritos en una lógica de “asociación”; enuncian el objetivo de una perspectiva regional (asociación estratégica África-Unión Europea, mecanismos africanos de seguridad colectiva, etc.); el Artículo 2 prevé la asociación a las actividades militares de contingentes africanos bajo mandato de la ONU o de la Unión Africana; el Artículo 3 prevé respetar las leyes y reglamentos del país de acogida; al contrario de los precedentes, los nuevos acuerdos no comportan ninguna mención de “acuerdos especiales” secretos y prohíben explícitamente la intervención en caso de “disturbios internos” (37).
Más allá de estas afirmaciones de principio, lo significativo son las declaraciones que acompañan a estos acuerdos. Todas ellas coinciden en afirmar que estos acuerdos son una ruptura con Françafrique, las cláusulas secretas, la injerencia en los asuntos internos, etc. Al relatar las reacciones y declaraciones ante la firma del acuerdo con Senegal la revista Jeune Afrique precisa:
“Mientras que los acuerdos precedentes contenían unas cláusulas secretas que permitían al ejército francés intervenir en caso de disturbios internos, los nuevos se lo impiden de manera explícita. Una prueba, pretende París, de que los tiempos han cambiado y de que ha terminado la época de las intervenciones masivas (casi cincuenta operaciones en treinta años). Pero en África muchos observadores expresan sus dudas. […] «¡Basta de fantasías! Todo se hace de forma transparente», explicó el Quai d’Orsay en respuesta a las preguntas de la prensa senegalesa respecto a posibles cláusulas secretas” (38).
La insistencia en la transparencia pone de relieve uno de los objetivos de los nuevos acuerdos: volver a legitimar una presencia militar y unas intervenciones cada vez más cuestionadas tanto en África como en Francia. El presidente Sarkozy lo reconoce explícitamente en su discurso en Ciudad del Cabo en febrero de 2008: “Nos encontramos en una situación en la que muchas personas perciben nuestro compromiso político, militar o económico con África no como una ayuda sincera sino como una injerencia colonial” (39), se lamenta. Pobre Francia neocolonial incomprendida. Respecto a la realidad de la prometida“ruptura” basta con escuchar la reacción de unos de los pilares de Françafrique, el dictador camerunés Paul Biya durante su visita al Elíseo en octubre de 2007: “Creo que hay más ruptura en la forma y más continuidad en el fondo […]. Creo que la ruptura es sobre todo formal. Pensamos que hay una verdadera continuidad” (40). Verdaderamente estamos ante un revoque de fachada.
Pero si hay renovación es