No se puede ser presidente de un país en profunda crisis económica cumpliendo exclusivamente el papel de guardián de la moral y de las buenas costumbres, mientras que en la economía cumple el de títere.
En el último debate presidencial del 17 de agosto, el periodista Reinaldo Azevedo le hizo una pregunta bastante simple sobre deuda interna a Bolsonaro. Durante el minuto de respuesta, el candidato se quedó tenso como si se le estuviera dejando desnudo ante todo el país. El mito de la «fuerza» y del «orden» se derritió en directo y se transformó en un niño asustado con la mirada vacía. Se quedó perdido como el meme de John Travolta.
Fue posible ver los mismos sentimientos en su rostro «sufrimiento interior», «desequilibrio emocional» y «angustia» cuando el diputado del PSB Carlos Minc lo llamó machista, homofóbico y racista, como consta en el juicio que abrió en contra el ex ministro.
Entre un silencio interminable y otro, habló de cualquier cosa que le vino a la cabeza, sin ninguna conexión con la pregunta, y presentó soluciones embarazosas e infantiles como: «hacer que empleados y patrones sean amigos, y no enemigos». Escogido para comentar la respuesta, Ciro Gomes tuvo la oportunidad de exponer aún más la falta de preparación de un candidato minúsculo, pero prefirió ser cortés, tal vez para no parecer arrogante a los ojos del elector. Si una pregunta trivial sobre economía causó todo ese estrago en el aparato emocional de Bolsonaro, no es difícil imaginar cómo sería su comportamiento a la hora de tomar grandes decisiones, administrar conflictos y atender demandas complejas de una sociedad que pasa por crisis de todo orden.
El avance reciente de la extrema derecha en el mundo ha suscitado discusiones sobre cómo los líderes políticos que emergen de ese espectro deben ser abordados. En Estados Unidos, Europa y ahora en Brasil, los periodistas intentan descubrir la mejor manera de entrevistarlos sin ofrecer una plataforma a sus propuestas antidemocráticas. La experiencia americana con Trump indica que confrontar los absurdos racistas y homofóbicos, por ejemplo, no funciona y sólo ayuda a alimentar la furia de sus seguidores. Primero porque el enfrentamiento en sí es una de las principales estrategias de la extrema derecha, que busca la pelea con la prensa a toda costa para poder posar como víctima perseguida por el establishment. Segundo porque todo extremista es, por lo general, intelectualmente limitado y se pierde cuando se le exige hablar sobre temas que están fuera de su terreno moralista.
Hay una tendencia de la prensa mundial en querer apuntar las absurdeces de los extremistas, pero son exactamente esas mismos absurdeces que han aumentado su capital político. Los grandes temas fundamentales terminan en segundo plano, lo que no sucede con políticos no extremistas.
Una pregunta banal de Reinaldo Azevedo reveló la fragilidad de Bolsonaro, cosa que la bancada entera de Roda Viva no consiguió en horas de entrevista. Los entrevistadores del programa de TV Cultura se enfocaron en los más famosos episodios de agresividad y prejuicios del candidato, lo que le ayudó a nadar a grandes brazadas. Es precisamente a causa de estos episodios por lo que el candidato está donde está. Reforzarlos no ayuda para nada.
El año pasado, el partido alemán de extrema derecha AfD conquistó sus primeros asientos en el parlamento explorando un sentimiento anti-refugiados de parte de la sociedad alemana. Hace dos semanas, Alexander Gauland, dirigente del partido, participó en una entrevista atípica en la televisión. El periodista Thomas Walde de la ZDF condujo el programa sin en ningún momento tocar el tema de los refugiados, la principal bandera del partido. Durante 19 minutos, el extremista se vio obligado a tratar asuntos que están fuera de su zona de confort, como las jubilaciones, el cambio climático y la digitalización, temas mucho más relevantes para Alemania que la cuestión de los refugiados. La prestación de Gauland fue pésimo.
La periodista estadounidense Emily Schultheis, que actualmente vive en Berlín, escribió un artículo para The Atlantic citando esa entrevista y analizando las dificultades que los medios internacionales han encontrado al tratar con extremistas de derecha: «Los medios alemanes (y europeos) han sido criticados por dar un enfoque sensacionalista en las cuestiones de refugiados y migración. El constante foco de los medios en estas cuestiones ayuda a mantenerlas en la mente de las personas, incluso después de que el flujo de refugiados haya disminuido de forma significativa.
Cuando se le preguntó sobre el discurso de un correligionario que propuso un «cambio en el sistema de pensiones», Gauland se limitó a decir que el «partido todavía estaba discutiéndolo» y que no hay «ningún concepto determinado». El periodista insistió en el tema y preguntó si el partido no tenía, de hecho, una propuesta para las jubilaciones. El líder extremista respondió que «ahora, no», pero que presentaría una propuesta tras la próxima reunión del partido.
En otra pregunta, Walde se refirió a la retórica nacionalista que predica la protección del pueblo alemán (y que generalmente explora la pérdida de empleos para inmigrantes) y preguntó sobre cómo los arrendatarios locales serán protegidos de las grandes empresas internacionales de alquiler como el Airbnb, que hicieron que los alquileres en Berlín se dispararan. Su melancólica respuesta : «No puedo darle una respuesta por el momento. Eso no fue votado en el programa del partido».
Sobre la digitalización – tema importante en Alemania, ya que el país tiene una infraestructura digital bastante precaria con respecto a otros países europeos -, la respuesta siguió el patrón vergonzoso de las anteriores. «No puedo explicar eso. «Usted necesita preguntárselo a un diputado», agregando que él mismo no tiene «ninguna familiaridad con la internet».
Después de la entrevista, Gauland sintió el golpe y murmuró públicamente. Dijo que el periodista fue «excesivamente tendencioso» y «absolutamente anti-periodístico». Las preguntas simples y técnicas irritaron también al ejército de militantes virtuales de extrema derecha, que atacaron al periodista alemán en sus redes sociales – exactamente lo que el club de fans de Bolsonaro hizo con Reinaldo Azevedo.
El mes pasado, Luciano Caramori, un redactor publicitario con experiencia en campañas electorales, escribió una serie de tweets proponiendo un modo de cómo abordar a Bolsonaro. Se trata básicamente de la misma estrategia utilizada por Azevedo y Walde.
«Por más absurdo que sea, los comportamientos RACISTAS, HOMOFÓBICOS, VIOLENTOS del candidato no me parecen los mejores argumentos contra él. Desafortunadamente, existe una tendencia mundial en relevar esas actitudes. Lo que interesa es SEGURIDAD, EMPLEO, SALUD. El argumento de que él no hizo NADA por la seguridad de Río de Janeiro en 30 años de mandato va a ser más eficaz que comentar que él golpearía su propio hijo si fuese gay.»
Esta debe ser la postura de los periodistas al abordar no sólo a Bolsonaro, sino a todos los candidatos de extrema derecha que se van asomando por ahí. Las cuestiones básicas y técnicas sobre seguridad, economía y salud, que exigen respuestas complejas, son las principales armas contra el extremismo. Políticos que exaltan la dictadura militar y proponen que los granjeros se armen con fusiles y tanques de guerra, por ejemplo, deben ser enfrentados con preguntas técnicas sobre seguridad pública, sin tener espacio para el proselitismo ideológico de siempre. Es ofrecer la cuerda con la que el extremista se ahorca solo.
Después de haber sido noqueado por una pregunta sencilla y, temiendo que el hecho se repita en los debates, Bolsonaro anunció que es mejor que la gente se vaya acostumbrando a su posible ausencia en los próximos debates. El presidente del PSL lo justificó diciendo que su candidato es diferente, que no presenta soluciones fáciles, «sino nuevas directivas para un Brasil, que está sufriendo con la izquierdopatía que está ahí hace más de dos décadas». Hasta hizo referencia al comunismo imaginario para justificar la fuga de su Don Quijote.
El hecho de que Bolsonaro no tenga la mínima noción de los problemas básicos a los que podrá enfrentarse como presidente debe ser cada vez más expuesto. Él lleva casi 30 años en la vida pública parlamentaria sin haber hecho nada relevante, ni siquiera a favor de sus odiosas banderas, dicho sea de paso, y hasta hoy no ha adquirido la mínima noción de economía. El pueblo quiere empleo, seguridad y comida en la mesa, y para eso es preciso que quede claro que el polemismo por sí solo no resolverá esas cuestiones.
Que Bolsonaro siga predicando a convertidos apenas recluidos en sus burbujas de las redes sociales. Cuando salga de ellas, debe ser confrontado con cuestiones técnicas y prácticas del mundo real. No se puede ser presidente de un país en profunda crisis económica cumpliendo exclusivamente el papel de guardián de la moral y de las buenas costumbres, mientras que en la economía cumple el de títere. No se gobierna un país desde una estación de servicio.
Traducido del portugués al castellano para Journal Notre Amérique
Fuente : Outras Palavras